24 mar 2008

Principio. 1968-1988: años de rebeldía

Gilberto López y Rivas
El Correo del Sur, Suplemento cultural de La Jornada, Morelos

Francisco Pérez Arce escribe un libro apasionante y apasionado sobre dos décadas cruciales en la historia contemporánea de nuestro país que van desde el movimiento estudiantil popular de 1968, a la insurgencia cívica de 1988.
Se adentra en una narración-testimonio-análisis-caracterización del movimiento estudiantil del 68 al 71; recorre la insurgencia obrera-sindical-magisterial; examina las guerrillas del 65 al 78, con sus secuelas de guerra sucia; explora el terremoto del 85 y el movimiento urbano popular de esos años y culmina con un breve epilogo en torno a la rebelión cívica del 88.
Es un libro bien escrito y documentado, que guarda rigor académico y una explicita posición política, lo cual demuestra que el compromiso hacía la izquierda no esta reñido con la excelencia que tanto alaban los neoliberales productivistas. El trabajo indica también que es posible hacer historia de procesos sociopolíticos recientes en los que muchos de los eventuales lectores estuvieron inmersos, y salir airoso de semejante reto.
La tesis rectora de la obra es que estos veinte años fueron el principio del final de un régimen, que fue derrotado culturalmente por una sociedad que salía de su letargo. Siendo cinco años menos joven que Pérez Arce y sin caer en un centrismo generacional, difiero de esta apreciación, pues, como el propio autor señala, los acontecimientos previos que tienen lugar 10 años antes –movimientos ferrocarrilero, magisterial, telegrafista y jaramillista, el navismo en San Luís Potosí, y yo añadiría un importantísimo factor externo que se menciona en el texto, pero tal vez no con el suficiente énfasis: el triunfo de la revolución cubana-- resultan fundamentales para explicar y comprender la caída de ese régimen de despotismo presidencialista autoritario. Scherer lo afirma de esta manera refiriéndose al corporativismo presidencialista: “Es posible que el huevo de la serpiente que tanto hemos visto crecer desde entonces haya sido incubado en el periodo del presidente López Mateos.”
La década de los sesenta es una fragua de acciones, debates, acontecimientos, que ponen en el centro la posibilidad real de la revolución social: recordemos que en estos años la comprensión errónea del Movimiento 26 de Julio y la revolución cubana deriva en un foquismo esquemático que tiene amplias repercusiones y culminan con el apresamiento y posterior asesinato de Ernesto Che Guevara en Bolivia. El subcontinente latinoamericano es un espacio de movimientos guerrilleros, o de grupos armados en preparación, a los que no escapa México. La discusión sobre el reformismo de los partidos comunistas tradicionales se subsana en muchos sitios con la formación de grupúsculos clandestinos que tenían como meta la acción armada
Esta experiencia generacional diferente, me hace observar la primera parte del libro desde otra perspectiva. Algunos de nosotros llegamos organizados políticamente al movimiento del 68, pasando desde las células estudiantiles de la Juventud del Partido Comunista Mexicano, a los apoyos internacionalistas de variados movimientos guerrilleros, a la militancia de un grupo que reivindicaba la acción armada, el cual, por cierto, tenía una importante ramificación en Morelos con los sobrevivientes del jaramillismo después de la muerte de su líder.
Desde esta perspectiva, la experiencia del 68, --desde su surgimiento hasta la matanza de Tlaltelolco--, tiene otra lectura que difiere tal vez en los matices sobre lo que el autor expone en torno al movimiento, lo cual es clave para la comprensión del libro. Cuando Francisco sostiene en la pagina 31: “Las acciones de los estudiantes que defendían sus escuelas y combatían en las calles contra los granaderos no se habían gestado en una politización previa, no surgían como resultado de una influencia ideológica”, se refiere, tal vez, a los sectores más jóvenes del movimiento que reciben su bautizo de fuego callejero en el 68. Sin embargo, desde 1960, en el centro histórico de la ciudad, donde estaban localizadas la preparatoria 7, en Lic. Verdad, la ENAH en Moneda, la Preparatoria 1, en San Ildefonso, entre otras, el enfrentamiento con los granaderos por la defensa de la revolución cubana y por la libertad de los presos políticos, era una constante. La politización en esos años entre el estudiantado era muy acentuada y se hacía sentir la influencia hegemónica del marxismo.
Esta observación discrepante no demerita en nada la excelente caracterización que se hace en el libro del Movimiento del 68: el papel de las asambleas por escuela que vinieron a hacer obsoletas las sociedades de alumnos; la importancia de las brigadas, el democratismo que se impone a las estructuras tradicionales entre el estudiantado, el cambio de la relación entre estudiantes y maestros, la estructura consejista colectiva del Consejo Nacional de Huelga, el factor del rector Barrio Sierra que otorgó una importante dosis adicional de dignidad y legitimidad al movimiento, la luna de miel de los estudiantes con la población, las grandes marchas de agosto y septiembre: la del silencio, la de las antorchas; la alegría, irreverencia, imaginación, grandeza de esa generación que no pedía nada para sí y que quedó marcada por el Movimiento y que dio una señal de identidad. Como lo expresa el autor: yo estuve en el 68. Este movimiento fue la siembra de una semilla, cuyos resultados tuvieron una gran repercusión en los movimientos que vendrían.
También es notable el análisis del actor gubernamental en la represión del 2 de octubre, la lucida y clara explicación del papel del Estado Mayor Presidencial, el ejército, los cuerpos de seguridad, el Servicio Secreto, el Batallón Olimpia (con quienes nos toco viajar rumbo a Tlaltelolco en un pesero), las responsabilidades comprobadas de Díaz Ordaz y Echeverría, la acción concertada de los francotiradores que emboscan a sus propios compañeros soldados, que fueron, en parte, victimarios y, en parte, víctimas de la acción represiva; todo ello para justificar la versión del enfrentamiento entre estudiantes, que ya habían usado durante los sesenta en varias represiones, una de las cuales presencie en la calle de Gante.
Coincido plenamente con Pérez Arce: se trato de un crimen de Estado que nadie podrá olvidar ni borrar hasta que se castigue a los actores materiales e intelectuales, así sea post-mortum, hasta que en un año esclarecedor del futuro se establezca una verdadera comisión de la verdad que escudriñe en el crimen y establezca las responsabilidades de cada quien.
El libro cierra lo referente al movimiento estudiantil con un capitulo sobre lo acontecido el 10 de junio de 1971, considerado por el autor como la conclusión temporal de ese movimiento. Comparto su tesis sobre la responsabilidad directa de Echeverría en esa nueva matanza en la que se utilizó el grupo paramilitar llamado “Los Halcones”, el cual no fue el primero ni el último que organizara SEDENA: recordemos al Batallón Olimpia, a la Brigada Blanca, y posteriormente, a los agrupamientos paramilitares en Chiapas que me tocó denunciar como presidente de la Cocopa y que hasta la fecha siguen impunemente funcionando. Coincido también en la crítica del autor a los intelectuales que cayeron en la trampa, o fueron directamente cooptados por Echeverría y su retórica de izquierda; también comparto la idea de que este presidente rompió la relativa unidad entre intelectuales, la clase media ilustrada y los estudiantes que había imperado durante el movimiento del 68.
El capitulo sobre los sindicatos y la insurgencia obrera es sintéticamente ilustrativo de lo que fue la ruptura del control monolítico corporativo de los obreros y sus sindicatos, y los factores que inciden en ello: la intensidad en los procesos de trabajo, los excesos del charrismo, la inflación en el 73 (que llego a subir al 12 por ciento) y el ambiente de rebeldía ante un estado de cosas considerado injusto. El relato en este capitulo sobre el secuestro, tortura y posterior asesinato del asesor legal Efraín Calderón Lara, alias “Charras”, en Yucatán, es estremecedor y demostrativo sobre como se maquinan desde los aparatos del Estado este tipo de crímenes, como se encubren y quedan impunes.
El tratamiento sobre el movimiento guerrillero mexicano me parece muy adecuado, empezando por la tesis de que la guerrilla de los años sesenta y setenta tiene una importancia en nuestra historia que no se le reconoce. Se parte de un común denominador para explicar su surgimiento, que es la cerrazón autoritaria del régimen, pero también el momento que se vivía en esa época en la izquierda marxista y cristiana en la que, como bien lo expresa el autor, la discusión no era si sumarse o no, sino como hacerlo. La condena a la lucha armada no tenía las connotaciones actuales relacionadas a la llamada guerra contra el terrorismo, que sumada a los errores y las desviaciones de los propios grupos guerrilleros (como la práctica del secuestro, por ejemplo) han estigmatizado esa vía revolucionaria, a la que es imposible renunciar en todas las circunstancias y tiempos.
En este apartado, Pérez Arce plantea un tema muy vigente hoy en día, el papel de los intelectuales en la revolución, que se viene discutiendo desde la famosa reunión en la España republicana de los intelectuales antifascistas y que será siempre la disyuntiva de posicionarse con los poderosos o con los oprimidos.
Por último, el libro reseñado trata el terremoto del 85 y sus efectos en el protagonismo de la “sociedad civil” que toma en sus manos la ciudad de México y se hace cargo del rescate y la solidaridad con las víctimas; el surgimiento del movimiento urbano popular y un epilogo que refiere a la rebelión cívica de 1988 que lleva al triunfo a Cuauhtemoc Cárdenas y a la realización del primer fraude electoral desde el aparato de Estado, que se repetiría en el 2006.
Francisco Pérez Arce escribe un libro de obligada lectura y es de esperar que el autor continúe por el camino andado en el estudio de la historia contemporánea de nuestro país desde la objetividad científica que otorga el compromiso con los intereses de los explotados.
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*Reseña del libro de Francisco Pérez Arce. El Principio. 1968-1988: años de rebeldía. México Editorial Itaca, 2007.
Gilberto López y Rivas es Investigador del Centro INAH-Morelos, articulista de La Jornada nacional.



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Los anarquistas llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones, ese mundo esta creciendo en este instante -Durruti-