8 abr 2008

Las mataron por romper el silencio

Babel

Javier Hernández Alpízar

Ayer comentábamos cómo en un mundo y un país en donde la facultad de emitir mensajes masivos es unilateral, sin posibilidad de una respuesta de la misma intensidad, la única forma posible de retroalimentación, llamada por los técnicos feed back, es concebida como ruido o interferencia, una pequeña mancha visual o sonora frente al Gran Mensaje.

Así, la voz de los indígenas presos políticos en Chiapas es, por más que griten, apenas una interferencia en medio del aplastante mensaje oficial: Calderón visita en Chiapas la “zona zapatista”. El mensaje que intentan dar es que López Obrador, Juan Sabines y Aguilar Camín tienen razón, en Chiapas no hay represión, no hay violencia paramilitar, si acaso hay “rezagos” que el gobierno en turno “atiende”.

Muy poca difusión tiene, en contraste, la carta de los ex presos políticos que fueron liberados, y en la que ellos aclaran que su excarcelación no es ninguna concesión generosa de un gobierno “progresista” que paga gacetillas en La Jornada, sino resultado de la lucha del pueblo, del pueblo creyente, como se llaman a sí mismos los indígenas católicos, de las organizaciones sociales autónomas, la mayoría sino es que todas, de la Otra Campaña (que hasta el momento siguen emitiendo pronunciamientos exigiendo que liberen a los quince presos políticos que siguen encerrados en Chiapas y a los dos presos políticos zapatistas en Tabasco).

El esfuerzo por hacer oír la voz de los pobres, de los indígenas, de los excluidos, ha sido tarea de medios libres, alternativos, comunitarios, medios militantes que se identifican con sus luchas, sus organizaciones, y que generan la contrainformación (algo que Vázquez Montalbán también considera incluido en el feed back, si usamos los tecnicismos).

Y precisamente ayer apareció una nota sobre el asesinato de dos mujeres indígenas triquis oaxaqueñas, quienes se dedicaban a la comunicación popular, en una radio de emblemático nombre “La Voz que Rompe el Silencio”.

El mensaje de sus asesinos no pudo ser más claro: callar la voz que rompe el silencio, silenciarla. La radioemisora comunitaria en que colaboraban las locutoras asesinadas, Teresa Bautista Merino de 24 años y Felicitas Martínez Sánchez de 20, es un órgano informativo del ayuntamiento popular de San Juan Copala.

Es decir, las jovencitas triquis asesinadas transgredían con su sola voz y presencia toda una serie de reglas no escritas, pero no por ello menos celosamente guardadas: Rompían el silencio a que el sistema político mexicano realmente existente las condenaba en tanto que mujeres, en tanto que jóvenes, en tanto que indígenas triquis, en tanto que oaxaqueñas, en tanto que opositoras al sistema, en tanto que partícipes de una autonomía indígena, autonomía que allá arriba han condenado a la “ilegalidad”.

Además, las chicas se dirigían a un Encuentro Estatal en Defensa de los Derechos de los Pueblos de Oaxaca, por lo cual cometían el delito de organizarse, el delito de defender los derechos de los suyos. Para un sistema que quiere condenar a las mujeres indígenas a la esclavitud asalariada o a la mendicidad, a emigrar o prostituirse (a veces de la peor de las formas, como acarreada en mítines electoreros, por ejemplo) un par de mujeres que tiene la osadía de participar políticamente, de organizarse, de decir su palabra, de hacer un medio de comunicación libre, como es una radio comunitaria, ese delito de romper el silencio equivale casi a “terrorismo”.

Por eso las balearon, junto a los otros indígenas que resultaron heridos: Francisco Vázquez Martínez, de 30 años; Cristina Martínez Flores, de 22 años; y el pequeño de tres años Jaciel Vázquez Martínez.

El mensaje que su muerte da a los movimientos sociales en México, mensaje que ha sido recibido y entendido, pues muchas personas han tenido espontáneamente la iniciativa de recortar la nota de Octavio Vélez de La Jornada y enviarla, o de escribir unas palabras propias, comunicar la noticia y condenar la agresión, a veces con rabia unida al dolor, es un mensaje imperativo, la orden de callar, de no romper el silencio.

Ese mismo mensaje han dado con la represión en Oaxaca, en Atenco, en Chiapas, en cada uno de los lugares del país donde una organización, un movimiento, una protesta, una voz es reprimida y agredida, pero hasta ahora los oaxaqueños no se han callado, los atenquenses siguen haciendo sonar sus machetes, los chiapanecos siguen construyendo su autonomía y resistiendo el sitio militar y paramilitar a sus territorios.

La noticia del asesinato de las dos jóvenes triquis fue dada a conocer por el Centro de Apoyo Comunitario Trabajando Unidos (Cactus), organización de la zona de la mixteca oaxaqueña, y ya las voces de condena se empiezan a alzar, en la zona norte del Istmo, la Ucizoni, también voces del sur de Veracruz y de otros lugares, incluso en las listas del Centro de Periodismo y Etica Pública (Cepet), que normalmente se ocupan de denunciar las represiones a comunicadores profesionales (o al menos, asalariados), ya una voz dejó oír su protesta por estos crímenes. Incluso una locutora de un medio comercial del puerto jarocho leyó la nota, en un programa que no suele ser crítico.

Las chicas asesinadas son muy importantes en su organización, son quienes coordinarían la mesa sobre comunicación alternativa en el Encuentro al que se dirigían. Las asesinaron, de acuerdo con la procuraduría de justicia de ese estado, con cartuchos percutidos por armas de largo alcance, como las AK 47.

No puede ser casualidad. Fue una ejecución.

Pero hasta ahora, la experiencia histórica ha demostrado que con esas formas de agresión los pueblos indígenas y los movimientos sociales no se callan. Seguramente otras voces seguirán rompiendo el silencio.
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Los anarquistas llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones, ese mundo esta creciendo en este instante -Durruti-

El Bombardeo

Alfredo Molano

Alfredo Molano viajó a la zona de frontera para conocer la versión del operativo en el que murió el jefe guerrillero, desde el punto de vista ecuatoriano.

“Al rato —añade el papá de Lucía— a mi hija le dieron ganas de ir al baño y le rogó a un soldado que le ayudara”. “Pues más bien cáguese ahí en sus pantalones”, le respondió el uniformado. Ella le confesó: “No, no puedo”. “¡¿Qué no puede?!.. ¿Acaso no es cagada meterse de terrorista?”, le reprochó el soldado, y añadió: “Le repito: identifíquese: nombre, cuerpo al que pertenece, arma que lleva”.

I. El coronel Pérez me esperaba en la escalerilla del avión que me llevó de Quito a la ciudad de Coca, capital de la provincia de Orellana, cumpliendo una orden dada por el general Narváez, quien me había respondido con un “afirmativo” que no dejaba dudas a mi solicitud de visitar “el lugar de los hechos” sucedidos el 1 de marzo a las cero horas y tantos minutos en las cercanías del caserío de Angostura, a orillas del río Putumayo, que marca el límite entre Ecuador y Colombia.

Muy diligente, el oficial se identificó y me invitó a conversar con su general en la oficina del comando de la Fuerza de Tarea Número Cuatro con jurisdicción sobre cuatro provincias: Sucumbíos, Orellana, Napo y Pastaza, donde vive medio millón de personas. El alto oficial es un hombre bajo, silencioso y tímido. Me ofreció al saludarme una botella con agua de limón.

“No podemos comenzar el video-beam —dijo disculpándose— hasta que no llegue la energía. Sucede a menudo”. Esperamos sentados en el “salón de crisis” sin cruzarnos palabra, hasta que regresó el coronel. Yo estaba ansioso; no tengo práctica en este tipo de silencios. Su entrada, un tanto intempestiva, me salvó de tener que preguntarle al general si la luz se había ido también el día del operativo, pues el hecho no fue registrado por los radares ecuatorianos.

La presentación del video fue larga y detallada, y sólo de pasada mostró uno de los cráteres hechos por las 10 bombas de 500 libras cada una que lanzó la Fuerza Aérea Colombiana. Se detuvo en los mapas que indican el sitio exacto de las 117 operaciones hechas contra el Frente 48 de las Farc en territorio ecuatoriano a lo largo de los ríos San Miguel y Putumayo y que, por lo regular, están a menos de un kilómetro de sus orillas.

Los campamentos —que no son exactamente bases— se levantan tan rápido como se montan y están localizados, según el mapa, en el mismo eje de colonización ribereña que los colombianos han ido abriendo, no sólo al oriente de los Andes sino también al occidente, hacia el Pacífico. Los militares ecuatorianos consideran que esta población, que llega a los 18.000 habitantes, constituye un “anillo de seguridad” donde operan las “redes de inteligencia” de las Farc.

Los puntos marcados como “bases desmanteladas” son, si mal no recuerdo, 150. Las fotografías muestran la destrucción de varios laboratorios para procesar la coca y un taller con un torno enorme y una no menos grande prensa hidráulica, usados, explicó el general —lo que hasta ese momento se había mantenido en silencio— para fabricar “morteros con sus municiones respectivas”.

La exposición se interrumpió cuando un subalterno comunicó a su general que el helicóptero estaba listo. Le agradecí al oficial la ayuda y le pedí que permitiera aterrizar en el sitio. Me respondió secamente: “el área no está asegurada, es peligroso”. Con cierto desasosiego me acomodé en el aparato, una pequeña burbuja que el viento mecía, minutos más tarde, a su antojo.

Bajo nuestros pies, el panorama era triste: los cultivos de palma africana y de soya devoran la selva que el ganado y la explotación petrolera dejaron en pie. Los asentamientos son escasos y sin embargo hay una extensa red de carreteras y trochas pavimentadas y lustrosas. En Colombia, en el departamento de Putumayo, sólo está pavimentada la vía Pitalito-Mocoa, unos pocos kilómetros entre esta capital y Puerto Asís y la estrecha carretera militar que une a Puerto Leguízamo con La Tagua.

A veinte minutos de vuelo avistamos el sitio del bombardeo. Desde lejos parece lo que los colonos llaman un “quemado” o una “tumba”. Me produjo cierto miedo observar el lugar e imaginarme el infierno vivido en esas dos hectáreas donde murieron 23 personas. Hoy hay una plataforma de aterrizaje y algunas áreas demarcadas con cintas amarillas. Está situado a un par de kilómetros del río Putumayo y a no más de 30 de Puerto Asís, en límites de una rastrojera de yarumos y la selva profunda.

Los pocos árboles que las bombas dejaron en pie tienen pocas ramas y pocas hojas; desde el aire se distinguen con claridad los huecos que dejaron las explosiones. Las bombas cayeron perpendiculares, porque fueron disparadas desde lejos por los aviones. Es decir, estos proyectiles mortíferos, conocidos como Paveway II, son guiados por una combinación de GPS y rayos láser y no tienen una trayectoria curva sino que recorren la distancia en forma paralela a la superficie de la tierra, para luego caer sobre el objetivo como meteoritos. Tecnología de punta.

El bombardeo comenzó después de medianoche. El gobierno de Uribe no se ha preocupado por demostrar que los proyectiles fueron lanzados desde territorio colombiano y menos aun desde los Kfir o desde los Tucanos, que posee la FAC. Es un hecho comprobado que los primeros no pueden hacerlo porque carecen de rayos láser y los segundos sólo podrían haberlo hecho llevando una sola bomba en su barriga, caso que hubiese necesitado la participación de una flotilla con 10 aparatos.

De todas maneras, la embajadora de E.U. en Ecuador niega que desde la base militar gringa de Manta haya levantado vuelo avión alguno a esas horas ese día. Manta juega un siniestro papel en esta crisis. Como se sabe, el presidente Correa se ha mostrado dispuesto a no renovar el contrato con E.U., que concluye el próximo año, lo que tiene irritado al Comando Sur. No parecería prudente que Ecuador asumiera las consecuencias de su negativa si no arregla el problema con Colombia. De suerte que el rompimiento de relaciones con su vecino le merma fuerza para sacar a los gringos de Manta. En geopolítica todo juega.

II. La madre de Lucía, la mexicana herida en el bombardeo, cuenta que su hija había llegado al campamento de Reyes la noche misma del ataque, que sucedió unas horas más tarde. No sólo no había hablado con él, sino que tampoco sabía de su presencia en el destacamento. Le habían dicho que descansara porque en la mañana tendrían los recién llegados —presumiblemente el grupo de mexicanos que habían entrado al Ecuador con todos sus papeles en regla vía Panamá— una entrevista con una “persona muy especial”.

La muchacha había estudiado en la UNAM Literatura y Arte y se inclinaba por el teatro alternativo. Frecuentaba también la Cátedra Bolivariana en el mismo claustro. Había visitado los campamentos del Subcomandante Marcos con la intención de escribir un guión para una obra de teatro y lo mismo quería hacer en Angostura. En Quito asistió a un Congreso Bolivariano de muchachos simpatizantes con la política de Chávez.

Aquella noche, Lucía se durmió pronto, tenía luxado un tobillo y estaba rendida. La despertó algo así como “si el mundo se derrumbara”. La noche se iluminó de repente y el estruendo de las bombas fue infernal. Trató de protegerse buscando a su ex novio, pero no pudo moverse más de un metro. Los gritos, los lamentos, las llamaradas se generalizaron. Después vivió un segundo bombardeo y a renglón seguido el ametrallamiento desde los helicópteros. Con el rabo del ojo vio cómo descendían por lazos las fuerzas colombianas.

Lucía asegura, como también lo sostiene el gobierno de Correa, que hubo tiros de fusil y por tanto se remató a algunos guerrilleros. Las autopsias lo dirán. (El coronel ecuatoriano que recogió los 23 cadáveres lo niega: “no hubo remates”, me dijo un poco burlón). Entre sombras le apuntaron a Lucía con una linterna: “Aquí hay una hembra”, gritó un soldado. Otro que se acercó le advirtió: “¡Colabórenos o se muere!”. Un tercero le susurro al oído: “Huyyy, mamita, ¿qué hacía sumercé por aquí?”.

“Al rato —añade el papá de Lucía— a mi hija le dieron ganas de ir al baño y le rogó a un soldado que le ayudara”. “Pues más bien cáguese ahí en sus pantalones”, le respondió el uniformado. Ella le confesó: “No, no puedo”. “¡¿Qué no puede?!.. ¿Acaso no es cagada meterse de terrorista?”, le reprochó el soldado, y añadió: “Le repito: identifíquese: nombre, cuerpo al que pertenece, arma que lleva”.

Lucía no podía responder y sólo balbuceaba: “soy civil, soy mexicana, estoy herida”. Después, oyó un grito: “Muchachos, vamos por la recompensa y por las condecoraciones”. El silencio se apoderó de lo que ya era un campo de muerte.

Anocheciendo llegaron las tropas ecuatorianas. Lucía se identificó y pidió agua. Llevaba varias horas sin probarla. Un soldado le preguntó si quería algo más y ella le contestó que sí, que se le quitara el miedo.

El campamento comenzó a heder a cadáver cuando al día siguiente el sol se levantó. Al mediodía fue llevada al Hospital Militar. El embajador de México se apareció dos días después. Sus padres temen por la seguridad de Lucía por ser considerada una testigo especial.

III. A las 8 a.m., Uribe llamó por teléfono a Correa: “Para informarte, Rafael —diría— que hay un tropelito en la frontera. Nuestros hombres fueron atacados por los terroristas, los enfrentamos como nos ordena la Constitución, pero resulta que cuando nuestras unidades tomaron ‘conciencia geodésica’ ya estaban del otro lado. Cosas de esta guerra que no da tregua. Todo bien. O.K”.

Correa no le dio mucha importancia a la información de su colega. Tenían buenas relaciones personales a pesar de las quejas ecuatorianas sobre el glifosato; no hacía mucho tiempo, Uribe había asistido al acto de apertura de la Asamblea Nacional Constituyente. Al fin y al cabo, aunque Colombia ha rechazado las persecuciones en caliente hechas por Venezuela en el Catatumbo, el derecho internacional las acepta.

Un par de horas después, Uribe repitió la llamada: “Para comentarte, Rafael, que 300 terroristas de las Farc rodean a nuestros muchachos, necesitamos actuar de consuno”. Correa debió inquietarse porque el gobierno siempre había objetado ese tipo de operativos conjuntos. “Nos informaremos”, respondió lacónico.

En ese momento dio la orden de movilizar un comando a la frontera para averiguar el caso. La Fuerza de Tarea Número Cuatro, acantonada en Coca, estaba a esa hora sana, es decir, nada sabía al respecto. Sus radares estaban fuera de servicio por una interrupción en el fluido eléctrico, lo mismo que sucedió el día que el Ejército colombiano atacó el caserío Yanamaru, en el lado ecuatoriano. Además, la Fuerza de Tarea no tenía helicópteros disponibles en ese momento. Total, sólo al mediodía salió un helicóptero de reconocimiento hacia Angostura.

El mando avistó a los colombianos que pocos minutos más tarde escribieron sobre una tela blanca la frecuencia de radio para comunicarse. El oficial ecuatoriano, capitán Andrade, pidió al mando colombiano que se identificara, informara la situación y que concretara la solicitud. Respondió el mayor Castellanos: “Somos del Jungla, grupo antinarcóticos de la Policía; tuvimos enfrentamiento con insurgentes”. El oficial Andrade le preguntó: “¿Se da cuenta de que están ustedes en territorio ecuatoriano?”. “Sí —respondió Castellanos—, estábamos en una misión importante. Ahora estamos rodeados, necesitamos apoyo para realizar coordinación de fuegos”. Preguntó Andrade: “¿Tienen heridos o bajas?”. Respondió Castellanos: “Ya fueron evacuados”.

Informado el alto mando ecuatoriano, dispone un apoyo con 64 hombres que fueron trasladados a la zona para iniciar una operación por tierra. Mientras se acercaban, captaron una comunicación entre colombianos: “Jungla necesita un halcón (o sea un helicóptero en lenguaje militar cifrado) pero no ingresen, un halcón ecuatoriano está en el área. ¡No entren, no entren!”.

A las 3 p.m., Castellanos vuelve a tomar contacto con la tropa de Ecuador e informa su situación. Los ecuatorianos le preguntan si hay heridos. “Afirmativo —responde Castellanos—, están estables con suero”. Y agrega: “Bueno, me voy, tengo baterías bajas”. Antes de cerrar la comunicación da las coordenadas para que los ecuatorianos los encuentren. “O.K. —responde el mando ecuatoriano—, en tres horas estamos allá”.

Correa ordena entonces que se proceda según la Cartilla de Seguridad que comparten ambos ejércitos y que prescribe, en casos como este, que las tropas invasoras entreguen sus armas a las autoridades del país invadido, a renglón seguido se aclaren las cosas y se levante un acta. Los extranjeros deben ser acompañados hasta la frontera, donde se les devuelven las armas. Es lo convenido.

No obstante, las coordenadas dadas por el mayor Castellanos son falsas y cuando los ecuatorianos llegan al sitio de encuentro “los colombianos se han exfiltrado”. Correa es informado: fue un operativo nocturno de sur a norte, los guerrilleros estaban durmiendo, hay tres heridos y por lo menos tres más han sido rematados. Hay 21 cadáveres.

Las características del ataque enfurecen a Correa, quien denuncia con vehemencia la invasión a Ecuador por parte de Colombia. Correa se siente timado por Uribe. El Gobierno colombiano había planeado al milímetro el operativo, al punto que lo suspendió mientras las Farc entregaban a Venezuela el grupo de los cinco secuestrados el 28 de febrero. Para el alto gobierno ecuatoriano fue una celada que ha dejado herido al pueblo y deshonrado a su ejército.

IV. Ecuador, Panamá y Venezuela siempre han temido el desborde del conflicto armado colombiano. También, aunque en menor grado, Brasil y Perú. Al ritmo y medida en que nuestra pelea se agrava, se compromete la seguridad de nuestros vecinos. La historia de eventos violentos, no sólo de la guerrilla sino también de los paramilitares y de las Fuerzas Armadas, es larga. El gobierno colombiano ha sospechado siempre y acusado algunas veces a Venezuela y a Ecuador de servir de retaguardia a la insurgencia.

En junio de 2005 el presidente Uribe afirmó que las guerrillas que atacaron al Ejército en Teteyé, Putumayo —frente a Angostura—, causándole 25 bajas, habían salido del Ecuador. Cuatro meses después, su jefe del DAS, doctor Noguera —subjúdice hoy—, dijo que la bazuca con que se había realizado el atentado contra el senador Vargas Lleras había sido fabricada en Ecuador. En repetidas ocasiones el gobierno del Ecuador ha protestado contra los efectos de las fumigaciones de cocales en la frontera, al punto que hoy ha interpuesto una demanda en la Corte Internacional de La Haya. El ministro de Defensa ecuatoriano creó un gran revuelo cuando declaró a la prensa que Ecuador limitaba al norte con las Farc. El deterioro de las relaciones binacionales era pues evidente en los días anteriores al bombardeo.

En la zona de Lago Agrio —donde hace un año recogí testimonios de campesinos en el caserío de Metansa sobre las fumigaciones en territorio ecuatoriano y tomé fotos de cultivos quemados—, la gente recuerda el caso de los llamados “Guerrilleros de Finca”, ocho campesinos acusados por el ejército ecuatoriano en 1993 de haber colaborado con la matanza de 11 uniformados y que estuvieron presos tres años; y con mayor dolor, tiene presente el Caso Yanamaru, un pueblito a orillas del río San Miguel ametrallado por el Ejército colombiano la noche del 7 de noviembre pasado.

Después de la muerte de Raúl Reyes pocas dudas caben sobre la presencia de las Farc en Ecuador y por tanto su implicación en el conflicto interno colombiano. Fernando Bustamante, ministro de Gobierno hoy, ha dicho que las Farc han tenido una asidua presencia en el territorio ecuatoriano. Hace cuatro años, como académico, escribió que Ecuador había evitado hacer parte de una “guerra ajena” absteniéndose “de perseguir o atacar a las guerrillas en territorio propio, a cambio del tácito compromiso de éstas de entrar al país en son de paz”.

La relativa neutralidad que forzosamente el Ecuador ha guardado, pese a las presiones norteamericanas y a las que sin duda ha ejercido el Ministerio de Defensa colombiano, ha sido rota. Juan Manuel Santos, quien visitó hace poco a Quito en son de paz, insistió en la urgencia de que Ecuador no sólo colaborara en el intercambio de información de inteligencia, sino que diera un paso más compartiendo operativos militares, a lo que el gobierno ecuatoriano se negó en redondo.

Por eso no es una fantasía pensar que el bombardeo en Angostura tenía como objetivo, además de liquidar a Reyes y apoderarse de sus computadores, empujar al Ecuador a hacer parte de nuestra guerra. Hoy por hoy esta tesis es moneda corriente. Más aún, altos funcionarios del Gobierno no desdeñan la posibilidad de un nuevo operativo de las Fuerzas Armadas colombianas en territorio ecuatoriano.


Fuente: www.elespectador.com
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Capitalismo, imperialismo, mundialización

Samir Amin

Restablecida la lógica unilateral del capital, ésta se expresa en políticas que presentan las mismas características en todos lados: reducción del gasto público social, restablecimiento sistemático de la desocupación, desregulaciones, privatizaciones, etc

El discurso dominante impuso, desde hace veinte años, el uso del término mundialización (a veces escrito en "franglés", "globalisation") para designar, de manera general, los fenómenos de interdependencia a escala mundial de las sociedades contemporáneas. El término nunca es relacionado con las lógicas de expansión del capitalismo, y menos aún con las dimensiones imperialistas de su despliegue.

Esta falta de precisión deja entender que se trata de una fatalidad, que es independiente de la naturaleza de los sistemas sociales -la mundialización se impondría a todos los países de la misma forma, sea cual sea su opción de principio, capitalista o socialista-, y que actúa entonces como una ley de la naturaleza producida por el estrechamiento del espacio planetario.

Me propongo demostrar que este tipo de discurso es un discurso ideológico destinado a legitimar las estrategias del capital imperialista dominante en la actual fase. Por lo tanto, los límites objetivos de la mundialización pueden ser reconsiderados a la luz de políticas diferentes a las que hoy son presentadas como las únicas posibles y cuyos contenidos y efectos sociales también serían diferentes. La forma de la mundialización depende entonces, en definitiva, de la lucha de clases.

1. La mundialización no es un fenómeno nuevo, y la interacción de las sociedades es sin duda tan antigua como la historia de la humanidad (Arrighi, 1994; Bairoch, 1994; Braudel, 1979; Gunder Frank, 1978; Szentes, 1985; Wallerstein, 1989). Desde hace por lo menos dos milenios las "rutas de la seda" vehiculizaron no solamente las mercaderías sino que también permitieron las transferencias de conocimientos científicos y técnicos, y de las creencias religiosas que marcaron -por lo menos en parte- la evolución de todas las regiones del mundo antiguo, asiático, africano y europeo. Las formas de estas interacciones y sus impactos eran sin embargo diferentes a las de los tiempos modernos -los del capitalismo.

La mundialización no es separable de la lógica de los sistemas que vehiculizan su despliegue. Los sistemas sociales anteriores al capitalismo, que califiqué en su momento de tributarios, estaban fundados en lógicas de sumisión de la vida económica a los imperativos de la reproducción del orden político-ideológico, en oposición a la lógica del capitalismo que invirtió los términos (en los sistemas antiguos el poder es la fuente de riqueza, en el capitalismo la riqueza funda el poder, escribí en relación a esto). Este contraste entre los sistemas sociales antiguos y modernos establece una diferencia mayor entre los mecanismos y los efectos de la mundialización en la antigüedad y aquellos propios del capitalismo.

La mundialización de los tiempos antiguos ofrecía "oportunidades" a las regiones más atrasadas para que éstas pudieran acercarse a los niveles de desarrollo de las más avanzadas (Amin, 1996). Estas posibilidades fueron o no aprovechadas según los casos. Pero esto dependía exclusivamente de determinaciones internas propias de las sociedades en cuestión, sobre todo en cuanto a las reacciones de sus sistemas políticos, ideológicos y culturales a los desafíos que representaban las regiones más avanzadas. El ejemplo más ilustrativo del notable éxito de este orden es provisto por la historia europea, región periférica y atrasada hasta bien entrada la Edad Media en comparación con los centros del sistema tributario (China, India y el mundo islámico). Europa recuperó su atraso en un período breve -entre 1200 y 1500- para afirmarse, a partir del Renacimiento, como un centro de nuevo tipo, potencialmente más poderoso y portador de nuevas y decisivas evoluciones respecto a todos sus predecesores. Atribuí esta ventaja a la mayor flexibilidad del sistema feudal europeo, precisamente, porque era una forma periférica del mundo tributario.

2. En contraste, la mundialización de los tiempos modernos asociada al capitalismo es por naturaleza polarizante (Amin, 1997). Con esto quiero decir que la propia lógica de la expansión mundial del capitalismo produce una desigualdad creciente entre quienes participan del sistema. Es decir, que esta forma de mundialización no ofrece una posibilidad de rattrapage que será aprovechada o no según las condiciones internas propias de los países en cuestión. El rattrapage de los atrasos requiere siempre la implementación de políticas voluntaristas que entran en conflicto con las lógicas unilaterales de la expansión capitalista; políticas que, en función de esto, deben ser calificadas de "políticas antisistémicas de desconexión".

Este último término que he propuesto no es sinónimo de autarquía o un absurdo intento de "salir de la historia". Desconectar significa someter los vínculos con el exterior a las prioridades del desarrollo interno. Por lo tanto, este concepto es antagónico al que es preconizado y que llama a "ajustarse" a las tendencias mundialmente dominantes, ya que este ajuste unilateral se traduce para los más débiles en una acentuación de su "periferización". Desconectar significa transformarse en un agente activo que contribuye a moldear la mundialización, obligando a ésta a ajustarse a las exigencias del desarrollo propio.

La demostración de esta tesis reposa en la distinción que propongo realizar entre el mecanismo general a través del cual se expresa la dominación de la ley del valor, propia del capitalismo, y la forma mundializada de esta ley. En el capitalismo lo económico se emancipa de la sumisión a lo político y se transforma en la instancia directamente dominante que comanda la reproducción y la evolución de la sociedad. De esta forma, la lógica de la mundialización capitalista es, ante todo, la del despliegue de esta dimensión económica a escala mundial y la sumisión de las instancias políticas e ideológicas a sus exigencias.

Por lo tanto, la ley del valor mundializada que comanda este proceso no puede ser reducida a la ley del valor que opera a nivel mundial tal como ella opera en el plano abstracto del concepto de modo de producción capitalista. La ley del valor, analizada a ese nivel, supone la integración de los mercados a escala mundial solamente en las dos primeras de sus dimensiones: los mercados de productos y de capital tienden a ser mundializados, mientras que los mercados de trabajo permanecen segmentados. En este contraste se expresa la articulación, característica del mundo moderno, entre por un lado una economía cada vez más mundializada, y por el otro la permanencia de las sociedades políticas (Estados independientes o no) diferenciadas. Este contraste por sí mismo genera la polarización mundial: la segmentación de los mercados de trabajo produce necesariamente el agravamiento de las desigualdades en la economía mundial. La mundialización capitalista es polarizante por naturaleza.

3. La polarización que caracteriza a la mundialización capitalista revistió formas asociadas a las características principales de las fases de la expansión capitalista, que se expresan en formas apropiadas de la ley del valor mundializada. Estas son producidas, por un lado, por la articulación de las leyes del mercado trunco (como consecuencia de la segmentación del mercado de trabajo) y, por el otro, por las políticas de Estado dominantes, que se asignan el objetivo de organizar este mercado trunco en sus formas apropiadas. Separar lo político de lo económico no tiene aquí ningún sentido; no hay capitalismo sin Estados capitalistas, salvo en la imaginación de los ideólogos de la economía burguesa. Estas formas políticas apropiadas articulan los modos de dominación social internos propios a las sociedades del sistema y sus modos de inserción en el sistema mundial, ya sea como formaciones dominantes (centrales) o dominadas (periféricas).

En la fase mercantilista (1500-1800) que precede a la revolución industrial -y que por esta razón podemos considerar como una transición del feudalismo al capitalismo acabado- encontramos la conjunción entre formas políticas apropiadas -la monarquía absolutista del Antiguo Régimen, fundada sobre el compromiso social feudalidad/burguesía mercantil- y las políticas de implementación de las primeras formas de polarización: la protección militar y naval de los monopolios del gran comercio, la conquista de las Américas y su modelado como periferias del sistema de la época (que se "especializa" en producciones particulares útiles a la acumulación del capital mercantil), y la trata de negros que se encuentra asociada a ésta (Braudel, 1979; Gunder Frank, 1978; Wallerstein, 1989).

De la Revolución Industrial a los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial (1800-1950) se extiende una segunda fase de la mundialización capitalista fundada en el contraste entre centros industrializados/periferias a las que se les niega la posibilidad de la industrialización (Arrighi, 1994; Bairoch, 1994). Este contraste, que define una nueva forma de la ley del valor mundializada, no es un producto natural de las "ventajas comparativas" invocadas por la economía burguesa. Este contraste toma forma a través de la implementación de medios que revisten tanto dimensiones económicas (el "libre cambio" impuesto a los partenaires de la nueva periferia en formación) como políticas (las alianzas con las clases dominantes tradicionales de la nueva periferia, su inserción en el sistema mundial, la intervención de las cañoneras y, por último, la conquista colonial).

Estas formas de la mundialización se articulan en base a sistemas políticos propios de los centros industriales, nacidos ya sea de las revoluciones burguesas (Inglaterra, Francia, Estados Unidos), o de unificaciones nacionales que substituyen a éstas en la constitución de los mercados nacionales (Alemania, Italia), o, por último, de modernizaciones "despóticas iluminadas" (Rusia, Austria-Hungría, Japón). La variedad de las alianzas sociales hegemónicas propias de estas formas no debe hacernos olvidar su denominador común: todas estas formas apuntan a aislar a la clase obrera. Determinan igualmente las formas y los límites de la democracia burguesa de la época.

Este complejo sistema conoce una marcada evolución, entre otras cosas, por el paso a la dominación de los monopolios en la economía industrial y financiera de los centros -a partir de finales del siglo XIX- y, desde 1917, por la desconexión de la URSS. La mundialización se caracteriza entonces por la acentuación de los conflictos inter-centros (inter-imperialistas) y por la aceleración de la colonización de las periferias, una de las cuestiones más importantes de esta competencia agravada (Amin, 1993; Bellamy Foster, 1986). En conjunción con esta evolución se dibujan nuevas formas políticas que asocian al sistema -al menos parcialmente- a los representantes políticos de la clase obrera de los centros, aunque estos sistemas de "social-imperialismo" sólo son embrionarios en aquella época. Hasta el New Deal Norteamericano y el Frente Popular francés -a finales de los años 1930-, los bloques hegemónicos siempre habían sido anti-obreros.

La Segunda Guerra Mundial modificó las condiciones que guiaban la expansión capitalista polarizante de este siglo y medio de historia moderna. La derrota del fascismo modificaba profundamente las relaciones sociales de fuerza a favor de las clases obreras, que adquirieron en los centros posiciones que nunca habían conocido con anterioridad en el capitalismo; a favor de los pueblos de las periferias, cuyos movimientos de liberación reconquistaron la independencia política de sus naciones; a favor del modelo soviético del socialismo realmente existente, que aparecía como la forma más eficaz del proyecto de desconexión y de rattrapage. Al mismo tiempo, la consolidación de la predominancia norteamericana sobre todos los otros centros capitalistas modificaba las condiciones de la competencia inter-imperialista.

En otras oportunidades propuse una lectura del medio siglo de posguerra (1945- 1990) fundada en la articulación entre los sistemas político-sociales de los tres conjuntos que constituyen el mundo por un lado, y de las formas de la mundialización que la acompañan por el otro (Amin, 1993).

A nivel de la organización interna de las sociedades en cuestión, encontramos pues: (i) el gran compromiso social capital-trabajo que caracteriza a los antiguos centros (el Estado de Bienestar, las políticas keynesianas, etc.); (ii) los modelos nacionalistas populistas modernizadores del Tercer Mundo; (iii) el modelo soviético de socialismo (prefiero hablar de "capitalismo sin capitalistas"). La mundialización que caracteriza a esta tercera gran fase de la historia moderna es negociada (por los Estados), encuadrada y controlada por los compromisos que estas negociaciones garantizan. Sus condiciones no son dictadas unilateralmente por el capital de los centros dominantes, como en las fases precedentes. Esta es la razón por la cual esta fase está dominada por el discurso del "desarrollo" (es decir, el del rattrapage) y por prácticas de desconexión anti-sistémicas que están en conflicto con las lógicas unilaterales de despliegue del capitalismo.

Esta fase se encuentra hoy terminada con la erosión y el posterior hundimiento de los tres modelos societarios que la fundaban (el debilitamiento del Estado de Bienestar en Occidente, la desaparición de los sistemas soviéticos, la recompradorisation de las periferias del Sur) y la recomposición de relaciones de fuerza favorables al capital dominante. Más adelante volveré sobre la cuestión de las alternativas a la mundialización, y sobre los conflictos que resultan de éstas. En este análisis, el énfasis puesto en la polarización inmanente a la expansión mundial del capitalismo es esencial. Este carácter permanente de la mundialización capitalista es simplemente negado por la ideología burguesa dominante, que persiste en afirmar que la mundialización ofrece una "oportunidad" que las sociedades pueden aprovechar o no, según razones que les son propias. Pero lo que según mi punto de vista resulta más grave, es que el pensamiento socialista (incluido el del marxismo histórico) compartió, al menos en parte, la ilusión de rattrapage posible en el marco del capitalismo.

La teoría de la mundialización capitalista que propongo, y de la cual esbocé las grandes líneas, hace de este concepto un sinónimo de imperialismo. El imperialismo no es pues un estadio -el estadio supremo- del capitalismo, sino que constituye su carácter permanente.

4. El discurso de la ideología dominante de las fases recientes del capitalismo, sometido a las exigencias de las relaciones de fuerza propias a estas fases sucesivas, formula un concepto de la mundialización que le es propio. El término "mundialización" es aquí un sustituto del concepto "imperialismo", prohibido en esos discursos. De 1880 a 1945 este discurso es liberal, nacional e imperialista (en el sentido leninista del término). Liberal en la medida en que está fundado sobre el principio de la autorregulación de los mercados aún si, de hecho, las políticas de Estado encuadran su funcionamiento para ponerlos al servicio de la reproducción de las alianzas sociales dominantes (protegiendo la agricultura de los pequeños campesinos para asegurarse su apoyo electoral contra la clase obrera, por ejemplo). Nacional en la medida en que la reproducción del mercado nacional auto-centrado constituye el eje de las políticas de Estado, en sus dimensiones interna y externa. Imperialista en la medida en que, en la época de los monopolios dominantes, estas políticas acusan la competición internacional que las transforma en conflictos violentos inter-Estados.

A menudo, el discurso dominante admite las dos primeras características, que legitima asociándolas al ejercicio de la democracia parlamentaria. Pero no ocurre lo mismo con el carácter imperialista, del que nunca se habla. Por otro lado, el propio término de "mundialización" es desconocido, o bien confundido de forma oprobiosa con el de "cosmopolitismo antipatriótico". Por el contrario, lo que este discurso vehiculiza es un nacionalismo chauvinista que tiene por función lograr la adhesión de la mayoría, si no de la totalidad de los ciudadanos, al Estado de los monopolios. La mundialización de hecho que domina la escena es entonces aquella definida por la colonización y el desprecio por los pueblos no europeos. Pero de esto no se habla, o se menciona muy poco; se da por "sobreentendido". El quiebre que se inaugura en 1917 a través de la proclamación de un objetivo societario socialista no es aceptado: sólo se trata de una aberración irracional y salvaje…

En el período de la posguerra el discurso dominante es otro; lo califico como social y nacional operando en el contexto de una mundialización controlada (Amin, 1993). Por social entiendo el hecho de que está fundado precisamente en compromisos sociales históricos que "integran" (o que se proponen integrar -y lo logran en gran medida) las clases obreras en el centro, las clases populares en el Este y en el Sur. Social no es sinónimo de socialista, aún si este calificativo ha sido empleado a diestra y siniestra al servicio de los proyectos societarios en cuestión. Nacional en el sentido de que los compromisos son definidos en el marco de los Estados políticos construidos por políticas sistemáticas de los poderes públicos nacionales.

El término de "mundialización" forma parte de este discurso, aún si el mismo está reservado exclusivamente al "mundo libre", excluyendo a los países comunistas proclamados "totalitarios". Esta mundialización es legitimada por consideraciones casi naturales próximas a las que se encuentran en el discurso contemporáneo: el "achicamiento" del planeta. Sin embargo, su dimensión imperialista es cuidadosamente desvinculada de la forma colonial anterior, que fue vencida por los movimientos de liberación de los pueblos de la periferia. El conflicto de los imperialismos es también silenciado, el alineamiento detrás de los Estados Unidos -que se transformó en una especie de super-imperialismo- es aceptado y aún publicitado en nombre de la defensa común contra el comunismo. Inclusive la propia construcción europea no cuestiona esta jerarquía mundial, aceptando articularse en torno a la OTAN.

El capitalismo mundializado de la posguerra es particular por dos razones. En primer lugar, porque funciona en base a relaciones sociales que otorgan al trabajo un lugar que no refiere a la lógica propia del capitalismo, sino que expresa un compromiso entre esta lógica y lógicas populares y nacionales antisistémicas. El crecimiento de los salarios que acompaña el de la productividad, el pleno empleo, la seguridad social, el rol preponderante del Estado en el proceso de industrialización, la redistribución del ingreso a través de los impuestos, sin contar las grandes reformas agrarias o las colectivizaciones, no responden a la lógica del máximo beneficio, que es la que comanda al modo de producción capitalista.

Estos fenómenos, por el contrario, expresan las ambiciones de proyectos societarios populares y nacionales. Este compromiso entre lógicas societarias conflictivas obliga al capital a ajustarse a las reivindicaciones de los trabajadores y de los pueblos. Es este límite el que permitió, paradójicamente, que este período histórico se caracterizara por un fuerte crecimiento, sin igual, a escala mundial. El modelo se sitúa pues en las antípodas del propuesto e impuesto hoy, que se funda en la lógica exclusiva del capital y en la pretensión de que corresponde a los trabajadores y a los pueblos realizar el esfuerzo para "ajustarse", lo que a su vez confina a la economía al estancamiento. Como complemento de estos compromisos sociales, la mundialización que los acompaña es controlada por los Estados que son sus garantes. El período es pues un período de reducción de los efectos polarizadores de la lógica unilateral de la expansión del capitalismo, reducción traducida por los fuertes ritmos de industrialización de los países del Este y del Sur.

Los modelos societarios que habían logrado imponer los compromisos evocados alcanzaron sus límites históricos como resultado de su propio éxito. Habiéndose agotado sin haber creado las condiciones que permitieran a las fuerzas populares y democráticas avanzar aún más, los temas que fundaban su legitimidad (el Estado de Bienestar y el progreso material continuo, la construcción del socialismo, la afirmación de las naciones modernizadas del Tercer Mundo) aparecieron como ilusiones. En aquel momento estaban reunidas las condiciones para permitir una ofensiva masiva del capital, decidido a imponer su lógica unilateral. Luego del rechazo por parte de la OCDE del proyecto de "Nuevo Orden Económico Internacional", propuesto por los países del Tercer Mundo en 1975 (un proyecto de rejuvenecimiento de la mundialización controlada que hubiera permitido la continuación del crecimiento general), la recompradorisation del Tercer Mundo recobra actualidad (Amin, 1989).

Esta se manifiesta en los programas llamados de "ajuste estructural", programas que tienden al desmantelamiento de las conquistas del nacionalismo populista de las décadas anteriores. Después de que Thatcher y Reagan hayan proclamado su voluntad de desmantelar el Estado de Bienestar a partir de 1980, seguidos prontamente por los países de la OCDE , el neoliberalismo se transformará en la ideología dominante. Por último, el derrumbe de los sistemas soviéticos de Europa y de la URSS a finales de la década de 1980 permitió la "reconquista" de estas sociedades por parte de un capitalismo salvaje que navega "viento en popa".

5. Restablecida la lógica unilateral del capital, ésta se expresa en la implementación de políticas que presentan las mismas características en todos lados: tasas de interés elevadas, reducción del gasto público social, desmantelamiento de las políticas de pleno empleo y prosecución sistemática del restablecimiento de la desocupación, desgravación fiscal en beneficio de los ricos, desregulaciones, privatizaciones, etc. El conjunto de estas medidas significa el retorno de los bloques hegemónicos anti-obreros, anti-populares. Esta lógica funciona en beneficio exclusivo del capital dominante y, singularmente, de sus segmentos más poderosos -que son también los más mundializados-, el capital financiero.

La "financiarización" constituye de esta manera una de las principales características del actual sistema, tanto en sus dimensiones nacionales como en su dimensión mundial. Esta lógica exclusiva del capital se expresa en la supresión de los controles de las transferencias de capitales de toda índole (los destinados a la inversión o a la especulación), y por la adopción del principio de cambios libres y fluctuantes (Amin, 1995; Amin et al, 1993; Braudel, 1979; Chesnais, 1994; Kreye, Frobel y Heinrichs, 1980; Pastré, 1992).

El restablecimiento de la ley unilateral del capital no inaugura una nueva fase de expansión. Por el contrario, produce una espiral de estancamiento, en la medida en que la búsqueda de la máxima rentabilidad provoca, si no encuentra obstáculos sociales importantes, la profundización de la desigualdad en la distribución de las riquezas (ley de pauperización de Marx). Esta situación se verifica en todos los partenaires del actual sistema: tanto en el Oeste, como en el Este y en el Sur, al igual que en el plano internacional. Esta desigualdad produce a su vez la crisis, es decir, un sur -plus creciente de capitales que no encuentran salida en la expansión del sistema productivo.

Los poderes de turno están preocupados exclusivamente por la gestión de esta crisis y son incapaces de encontrarle una solución. Detrás del discurso neoliberal mundializado se esconden, pues, políticas perfectamente coherentes de gestión de la crisis cuyo único objetivo es el de crear salidas financieras al surplus de capitales, como manera de evitar lo que más teme el capital: la desvalorización masiva. La "financiarización" es la expresión de esta gestión, tanto a nivel nacional como a escala mundial. Las elevadas tasas de interés, los cambios fluctuantes y la libertad para realizar transferencias especulativas, las privatizaciones, al igual que el déficit de la balanza de pagos de los Estados Unidos y la deuda externa de los países del Sur y del Este, cumplen estas funciones.

El discurso sobre la mundialización debe ser resituado en el marco de la gestión de la crisis. A las dimensiones económicas de la misma se suman las estrategias políticas complementarias, que calificaría de igual forma de medios de gestión de la crisis. El objetivo central de estas políticas es desmantelar las capacidades de resistencia que podrían representar los Estados, de forma tal de hacer imposible la constitución de fuerzas sociales populares eficaces. El etnicismo es invocado a tales efectos, para legitimar la "explosión" de los Estados: detrás de consignas como "todas las Eslovenas o Chechenias posibles", objetivo que se persigue con gran cinismo, se esconde un pretendido discurso democrático de reconocimiento de los "derechos de los pueblos".

Con este fin también se recurre a otros medios, que van desde el apoyo a los fundamentalismos religiosos hasta las manipulaciones de la opinión. Constatamos que las intervenciones en favor de la "democracia" y de los derechos humanos están sometidas estrictamente a los objetivos estratégicos de los poderes imperialistas. La regla es "dos pesos, dos medidas". De manera general, estas políticas vacían de todo contenido las aspiraciones democráticas de los pueblos y preparan la gestión del caos por intermedio de lo que yo llamo una "democracia de baja intensidad", en paralelo a las intervenciones -aún las intervenciones militares de "baja intensidad"- que promueven las guerras civiles.

6 . Ni la utopía reaccionaria de la mundialización desenfrenada y del neoliberalismo generalizado, ni las prácticas de la gestión política del caos (y no de cualquier nuevo orden mundial) que esta utopía supone, son sostenibles. Para atenuar los efectos destructores de la misma y limitar el peligro de violentas explosiones, los sistemas de poder intentan poner un mínimo de orden en medio del caos. Las regionalizaciones concebidas en este marco persiguen esta finalidad atando a las diferentes regiones de la periferia a cada uno de los centros dominantes: el ALENA (NAFTA, en inglés) somete a México (y, en perspectiva, a toda América Latina) al carro norteamericano; la asociación AC P -CEE, los países de Africa al de la Europa Comunitaria ; el nuevo ASEAN podría facilitar la implementación de una zona de dominación japonesa en el Sudeste Asiático (Amin, en prensa; Yachin y Amir, 1988).

La propia construcción europea es arrastrada en el torbellino de esta reorganización neo-imperialista asociada al despliegue de la utopía neoliberal. La sumisión del proyecto europeo a los imperativos neoliberales, expresada en el Tratado de Maastricht en la prioridad asignada a la creación de una moneda común (el euro) cuya gestión precisamente está fundada en principios neoliberales en detrimento de la consolidación de un proyecto político y social común progresista, fragiliza al propio proyecto europeo, y lo fragilizará aún más a medida que los movimientos sociales de protesta y de rechazo a las políticas neoliberales en curso se amplifiquen.

Las contradicciones de la mundialización en curso son gigantescas y todo indica que éstas se agravarán, tanto por la resistencia de los pueblos -en los centros y en las periferias- como por la acentuación de las divergencias en el seno del bloque imperialista dominante, que el aumento de las resistencias no hará más que profundizar. La más importante de estas contradicciones reside en el llamativo contraste que oponen las dos nuevas mitades del sistema mundial. Constatamos en efecto que todo el continente americano, Europa Occidental y su anexo africano, los países de Europa Oriental y de la ex URSS, Medio Oriente y Japón, están afectados por la crisis asociada a la implementación del proyecto neoliberal mundializado. Por el contrario, el Este asiático -China, Corea, Taiwán, el sudeste asiático- escapa a esta situación, precisamente porque los poderes que allí gobiernan rechazan el sometimiento a los imperativos de la mundialización desenfrenada que se impuso en el resto del mundo. India se encuentra a mitad de camino entre este "Oeste" y este "Este" nuevos.

Esta opción asiática -cuya discusión acerca de las raíces históricas nos alejaría de nuestro tema de análisis- está ligada al éxito de la región, cuyo crecimiento económico se acelera al mismo tiempo en que éste se frena en el resto del mundo. La estrategia de los Estados Unidos está guiada por la voluntad de quebrar esta autonomía que Asia del Este conquistó en sus relaciones con el sistema mundial. Esta estrategia se empeña en desmantelar a China, en torno a la cual podría cristalizar progresivamente el conjunto de la región del Este asiático. Apuesta por la independencia de Japón, que necesita del apoyo de Washington para enfrentar no solamente a China, sino también a Corea e incluso al sudeste asiático, proponiendo para ello substituir la regionalización asiática informal en curso por una región Asia-Pacífico (APEC).

Europa constituye la segunda región llamada a padecer las previsibles turbulencias. El futuro del proyecto de la Unión Europea está efectivamente amenazado por el empecinamiento neoliberal de sus clases dirigentes y por las previsibles y crecientes protestas de sus clases populares (Toulemon, 1994). Pero este proyecto también se encuentra amenazado por el caos en el Este, ya que a corto plazo la lógica del neoliberalismo conduce a la opción de la "latinoamericanización" de Europa del Este y de los países de la ex URSS. Esta periferización, que funcionará quizás principalmente en beneficio de Alemania, contribuye a una evolución global hacia una "Europa alemana". En el mediano plazo esta opción favorece el mantenimiento de la hegemonía norteamericana a escala mundial, mientras que Alemania opta, al igual que Japón, por permanecer bajo la influencia de Washington. Pero a más largo plazo esta opción arriesga despertar las rivalidades intraeuropeas que hoy están latentes.

En otras regiones del mundo las cosas tampoco estás resueltas de antemano. En América Latina, el ALENA coincidió, no por casualidad, con la revuelta de Chiapas en México. Y el proyecto de extensión del modelo propuesto por el ALENA al conjunto del continente se enfrenta ya en las capitales del sur al cuestionamiento de la mundialización desenfrenada. Aunque el proyecto del Mercosur (Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y abierto a Chile y Bolivia) haya sido concebido en sus inicios en los marcos de la óptica neoliberal, no está dicho que no pueda evolucionar en dirección hacia una autonomización -aún relativa- de la región.

Hasta ahora, la gestión de las contradicciones de la mundialización ha dado una nueva oportunidad al mantenimiento de la hegemonía norteamericana. "Menos Estado" significa menos Estado en todos lados, salvo en Estados Unidos, que, por el doble monopolio del dólar y de la potencia de intervención militar, y sostenido por Alemania y Japón (que ocupan brillantemente su rol de segundos), mantiene su posición hegemónica a escala global frente a Asia del Este, a quien Washington intenta privar de alianzas posibles con Europa y con Rusia.

7. El futuro del sistema mundial sigue siendo una incógnita, al igual que las formas de la mundialización a través de las que se expresarán las relaciones de fuerza y las lógicas que guiarán la eventual estabilidad del mismo. Esta incertidumbre permite -a quien lo desee- librarse al gratuito juego de los "escenarios", ya que todo puede ser imaginado. Por el contrario, propongo concluir el análisis de la mundialización aquí presentado examinando por un lado las tendencias de la evolución coherentes con la lógica interna propia del capitalismo, y por el otro los objetivos estratégicos antisistémicos que las luchas populares podrían fijarse en las condiciones actuales.

Ya he sugerido que las tendencias de la evolución del capitalismo contemporáneo se articulan en torno al refuerzo de lo que he llamado los "cinco monopolios" que caracterizan a la mundialización polarizante del imperialismo contemporáneo: (i) el monopolio de las nuevas tecnologías; (ii) el del control de los flujos financieros a escala mundial; (iii) el control del acceso a los recursos naturales del planeta; (iv) el control de los medios de comunicación; (v) el monopolio de las armas de destrucción masiva (Amin, 1996; Amin, 1997; Amin et al, 1993; González Casanova et al, 1994).

La implementación de estos monopolios es operada por la acción conjunta, complementaria pero también a veces conflictiva, del gran capital de las multinacionales industriales y financieras y de los Estados que se encuentran a su servicio (de allí la importancia de los monopolios de naturaleza no económica mencionados aquí). Tomados en conjunto, estos monopolios definen nuevas formas de la ley del valor mundializada, permitiendo la centralización en beneficio de este gran capital de las ganancias y sobreganancias provenientes de la explotación de los trabajadores; una explotación diferenciada fundada en la segmentación del mercado de trabajo. Esta nueva etapa del desarrollo de la ley del valor mundializada no permite pues el rattrapage a través de la industrialización de las periferias dinámicas, sino que funda una nueva división internacional desigual del trabajo en la cual las actividades de producción localizadas en las periferias, subalternizadas, funcionan como subcontratistas del capital dominante (un sistema que evoca el "putting out" del capitalismo primitivo).

No es difícil, pues, imaginar el tablero de una mundialización futura en sintonía con la dominación de esta forma de la ley del valor. Los centros dominantes tradicionales conservarían su ventaja, reproduciendo las jerarquías ya visibles: los Estados Unidos conservarían su hegemonía mundial (por sus posiciones dominantes en el ámbito de la investigación-desarrollo, el monopolio del dólar y la gestión militar del sistema), flanqueados en segundo término por Japón (por su contribución a la investigación-desarrollo), por Gran Bretaña como socio financiero, y por Alemania por su control de Europa. Las periferias activas de Asia del Este, de Europa Oriental y de Rusia, India y América Latina constituirían las principales zonas periféricas del sistema, mientras que África y los mundos árabe e islámico, marginalizados, quedarían abandonados a conflictos y convulsiones que sólo amenazarían a ellos mismos. En los centros del sistema, el énfasis puesto en las actividades ligadas a los cinco monopolios mencionados implicaría la gestión de una sociedad "a dos velocidades", es decir, una marginalización a través de la pobreza, de los empleos precarios y de la desocupación de importantes sectores de la población.

Esta mundialización -que es aquella que se perfila detrás de las opciones en curso que el neoliberalismo intenta legitimar presentándola como "una transición hacia la felicidad universal"- no es, por cierto, fatal. Por el contrario, la fragilidad del modelo es evidente. Su estabilidad supone la aceptación indefinida por parte de los pueblos de las condiciones inhumanas que les son reservadas, o que sus protestas sean esporádicas, aisladas entre ellas, se alimenten de ilusiones (étnicas, religiosas, etc.) y que no logren salir de estos impasses. Es obvio que la gestión política del sistema por la conjunción de la movilización de los medios de comunicación y los medios militares intentará perpetuar esta situación que aún hoy es dominante.

En contraposición con esto, las estrategias de una respuesta eficaz al desafío de esta mundialización imperialista deberían tener por objetivo la reducción del poderío de los cinco monopolios en cuestión, y las opciones de desconexión deberían ser renovadas y definidas en esta perspectiva. Sin entrar en una detallada discusión de estas estrategias, que sólo puede ser concreta y estar fundada en la movilización efectiva de las fuerzas políticas y sociales populares y democráticas que operan en condiciones propias a cada país, podemos enumerar los grandes principios en torno a los cuales podría organizarse el frente de luchas populares Anti-sistémicas.

La primera exigencia es la de la constitución de frentes populares democráticos anti-monopolios/anti-imperialistas/anti-compradores, sin los cuales ningún cambio es posible. Revertir la relación de fuerzas a favor de las clases trabajadoras y populares constituye la primera condición de la derrota de las estrategias del capital dominante.

Estos frentes deben no solamente definir objetivos económicos y sociales realistas acordes a la etapa junto con los medios para alcanzarlos, sino que también deben tomar en consideración las exigencias de un cuestionamiento de las jerarquías del sistema mundial. Es decir que la importancia de sus dimensiones nacionales no debe ser subestimada. Se trata de un concepto pro g resista de la nación y del nacionalismo, lejos de todas las nociones oscurantistas, etnicistas, religioso-fundamentalistas y chauvinistas hoy prevalecientes y que son promovidas por la estrategia del capital. Este nacionalismo progresista no excluye la cooperación regional; por el contrario, debería incitar a la constitución de grandes regiones que son la condición por una lucha eficaz contra los cinco monopolios mencionados.

Pero se trata de modelos de regionalización muy diferentes de aquellos preconizados por los poderes dominantes y que son concebidos como corre a s de transmisión de la mundialización imperialista. La integración a escala de América Latina, de África, del mundo árabe, del sudeste asiático, junto a países-continentes (China, India), pero también la de Europa (del Atlántico a Vladivostok), fundada en alianzas populares y democráticas que obliguen al capital a ajustarse a sus exigencias, constituyen lo que yo llamo el proyecto de un mundo policéntrico auténtico, otra modalidad de mundialización. En este marco, podríamos imaginar modalidades "técnicas" de la organización de las interdependencias intra e inter-regionales, tanto en lo que hace a los "mercados" de capitales (cuyo objetivo sería incitarlos a invertir en la expansión de los sistemas productivos) como a los sistemas monetarios o los acuerdos comerciales.

El conjunto de estos programas fortalecería las ambiciones de democratización tanto a nivel de las sociedades nacionales como a nivel de la organización mundial. Por esta razón los sitúo en la perspectiva de la larga transición del capitalismo mundial al socialismo mundial, como una etapa de esta transición.

Notas del traductor

1 El término rattrapage en francés refiere a la posibilidad de recuperar, de "reatrapar", el atraso respecto a cierto fenómeno o proceso en curso. En este caso, el término hace referencia a la imposibilidad de los países periféricos de alcanzar niveles de desarrollo similares a los de los países centrales. Esto se debe a que, según explica el autor, a diferencia de lo que sucedía en la antigüedad, la lógica actual de la mundialización no otorga estas oportunidades a los países periféricos. 2 El término recompradorisation remite al complejo proceso de inserción subordinada que la nueva fase del capitalismo supuso para los países periféricos y que refiere tanto al desmantelamiento de las estructuras y conquistas características de las experiencias del "nacionalismo populista" anteriores como a las políticas y procesos que devienen de la constitución de lo que el autor llama los "cinco monopolios".

* Samir Amin es Director del Forum du Tiers Monde (Dakar-Senegal) y presidente del Forum Mondial des Alternatives. Correo electrónico: ftm@syfed.refer.sn

Forum Mondial des Alternatives / IADE
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Los anarquistas llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones, ese mundo esta creciendo en este instante -Durruti-

El neoliberalismo como destrucción creativa

Rebelion
David Harvey
The ANNALS of the American Academy of Political and Social Science 2007

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

El neoliberalismo se ha convertido en un discurso hegemónico con efectos omnipresentes en las maneras de pensar y las prácticas político-económicas hasta el punto de que ahora forma parte del sentido común con el que interpretamos, vivimos, y comprendemos el mundo. ¿Cómo logró el neoliberalismo una condición tan augusta, y qué representa? En este artículo, el autor afirma que el neoliberalismo es sobre todo un proyecto para restaurar la dominación de clase de sectores que vieron sus fortunas amenazadas por el ascenso de los esfuerzos socialdemócratas en las secuelas de la Segunda Guerra Mundial. Aunque el neoliberalismo ha tenido una efectividad limitada como una máquina para el crecimiento económico, ha logrado canalizar riqueza de las clases subordinadas a las dominantes y de los países más pobres a los más ricos. Este proceso ha involucrado el desmantelamiento de instituciones y narrativas que impulsaban medidas distributivas más igualitarias en la era precedente.

El neoliberalismo es una teoría de prácticas políticas económicas que proponen que el bienestar humano puede ser logrado mejor mediante la maximización de las libertades empresariales dentro de un marco institucional caracterizado por derechos de propiedad privada, libertad individual, mercados sin trabas, y libre comercio. El papel del Estado es crear y preservar un marco institucional apropiado para tales prácticas. El Estado tiene que preocuparse, por ejemplo, de la calidad y la integridad del dinero. También debe establecer funciones militares, de defensa, policía y judiciales requeridas para asegurar los derechos de propiedad privada y apoyar mercados de libre funcionamiento. Además, si no existen mercados (en áreas como la educación, la atención sanitaria, o la contaminación del medioambiente) deben ser creados, si es necesario mediante la acción estatal. Pero el Estado no debe aventurarse más allá de esas tareas. El intervencionismo del Estado en los mercados (una vez creados) debe limitarse a lo básico porque el Estado no puede posiblemente poseer suficiente información como para anticiparse a señales del mercado (precios) y porque poderosos intereses inevitablemente deformarán e influenciarán las intervenciones del Estado (particularmente en las democracias) para su propio beneficio.

Por una variedad de razones, las prácticas reales del neoliberalismo discrepan frecuentemente de este modelo. Sin embargo, ha habido por doquier un cambio enfático, dirigido ostensiblemente por las revoluciones de Thatcher/Reagan en Gran Bretaña y EE.UU., en las prácticas político-económicas y en el pensamiento desde los años setenta. Estado tras Estado, los nuevos que emergieron del colapso de la Unión Soviética a socialdemocracias y Estados de bienestar de antiguo estilo tales como Nueva Zelanda y Suecia, han abrazado, a veces voluntariamente y a veces como reacción a presiones coercitivas, alguna versión de la teoría neoliberal y han ajustado por lo menos algunas de sus políticas y prácticas correspondientemente. Sudáfrica post-apartheid adoptó rápidamente el marco liberal e incluso China contemporánea parece orientarse en esa dirección. Además, propugnadores de la mentalidad neoliberal ocupan ahora posiciones de considerable influencia en la educación (universidades y muchos think-tanks), en los medios, en las salas de los consejos de las corporaciones y de las instituciones financieras, en instituciones estatales clave (departamentos del tesoro, bancos centrales), y también en aquellas instituciones internacionales como ser el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial de Comercio (OMC) que regulan las finanzas y el comercio globales. El neoliberalismo, en breve, se ha convertido en hegemónico como un modo de discurso y tiene efectos omnipresentes en las maneras de pensar y las prácticas político-económicas hasta el punto en que se ha incorporado al sentido común con el que interpretamos, vivimos, y comprendemos el mundo.

La neoliberalización se ha extendido, en efecto, por el mundo como una vasta marea de reforma institucional y ajuste discursivo. Aunque abundante evidencia muestra su desarrollo geográfico irregular, ningún sitio puede pretender una inmunidad total (con la excepción de unos pocos Estados como ser Norcorea.) Además, las reglas de enfrentamiento establecidas a través de la OMC (que rigen el comercio internacional) y por el FMI (que rigen las finanzas internacionales) amplifican el neoliberalismo como un conjunto de reglas internacionales. Todos los Estados que se afilian a la OMC y al FMI (¿y cuál puede permitirse no hacerlo?) aceptan acatar (a pesar de un “período de gracia” para permitir un ajuste tranquilo) esas reglas o enfrentar severos castigos.

La creación de este sistema neoliberal ha involucrado mucha destrucción, no sólo de previos marcos y poderes institucionales (tales como la supuesta soberanía previa del Estado sobre los asuntos políticos-económicos) sino también de divisiones laborales, de relaciones sociales, provisiones de seguridad social, mezclas tecnológicas, modos de vida, apego a la tierra, costumbres sentimentales, formas de pensar, etc. Se justifica una cierta evaluación de los aspectos positivos y negativos de esta revolución neoliberal. En lo que sigue, por ello, esbozaré en algunos argumentos preliminares cómo comprender y evaluar esta transformación en el modo en el que trabaja el capitalismo global. Esto requiere que arrostremos las fuerzas, intereses, y agentes subyacentes que han impulsado esta revolución neoliberal con tan implacable intensidad. Para usar la retórica neoliberal contra ella misma, podemos preguntar razonablemente:
¿Qué intereses particulares llevan a que el Estado adopte una posición neoliberal y en qué forma han utilizado esos intereses el neoliberalismo para beneficiarse en lugar de beneficiar, como pretenden, a todos, por doquier?

La “naturalización” del neoliberalismo

Para que algún sistema de pensamiento llegue a ser dominante, requiere la articulación de conceptos fundamentales que se arraiguen tan profundamente en entendimientos de sentido común que lleguen a ser tomados por dados e indiscutibles. Para que esto suceda, no sirve cualquier concepto viejo. Hay que construir un aparato conceptual que atraiga casi naturalmente a nuestras intuiciones e instintos, a nuestros valores y a nuestros deseos, así como a las posibilidades que parecen ser inherentes al mundo social que habitamos. Los personajes fundadores del pensamiento neoliberal tomaron por sacrosantos los ideales políticos de la libertad individual – así como los valores centrales de la civilización. Al hacerlo, eligieron sabiamente y bien, porque son ciertamente conceptos convincentes y muy atractivos. Esos valores fueron amenazados, arguyeron, no solo por el fascismo, las dictaduras, y el comunismo, sino también por todas las formas de intervención estatal que sustituyeron los juicios colectivos por los de individuos dejados en libertad de elegir. Luego concluyeron que sin “el poder diseminado y la iniciativa asociada con (la propiedad privada y el mercado competitivo) es difícil imaginar una sociedad en la que la libertad pueda ser preservada efectivamente.”(1)

Dejando de lado la pregunta de si la parte final del argumento resulta necesariamente de la primera, no puede caber duda de que los conceptos de libertad individual son poderosos por sí mismos, incluso más allá de aquellos terrenos en los que la tradición liberal ha tenido una fuerte presencia histórica. Semejantes ideales dieron fuerza a los movimientos disidentes en Europa Oriental y en la Unión Soviética antes del fin de la guerra fría así como a los estudiantes en la plaza Tiananmen. El movimiento estudiantil que recorrió el mundo en 1968 – de París y Chicago a Bangkok y la Ciudad de México – fue animado en parte por la búsqueda de más libertades de expresión y de decisión individual. Esos ideales han demostrado una y otra vez que constituyen una poderosa fuerza histórica por el cambio.

No es sorprendente, por lo tanto, que los llamados por la libertad rodeen retóricamente a EE.UU. a cada vuelta y que pueblen todo tipo de manifiestos políticos contemporáneos. Eso ha valido particularmente para EE.UU. en los últimos años. En el primer aniversario de los ataques conocidos ahora como 11-S, el presidente Bush escribió un artículo editorial para el New York Times en el que extrajo ideas de un documento de Estrategia Nacional de EE.UU. publicado poco después. “Un mundo en paz de creciente libertad,” escribió, incluso mientras su gabinete se preparaba para lanza la guerra contra Iraq, “sirve a largo plazo a los estadounidenses, refleja ideales perdurables y une a los aliados de EE.UU.” “La humanidad,” concluyó, “tiene en sus manos la oportunidad de ofrecer el triunfo de la libertad sobre sus enemigos de siempre,” y “EE.UU. abraza sus responsabilidades de dirigir en esta gran misión.” De modo aún más enfático, proclamó más adelante que “la libertad es el regalo del Todopoderoso a cada hombre y mujer en este mundo” y “como la mayor potencia del mundo [EE.UU. tiene] una obligación de ayudar a la extensión de la libertad.” (2)

De modo que cuando todas las demás razones para lanzarse a una guerra preventiva contra Iraq resultaron ser falaces o por lo menos deficientes, el gobierno de Bush apeló crecientemente a la idea de que la libertad conferida a Iraq era intrínsicamente una justificación adecuada para la guerra. ¿Pero qué clase de libertad estaba prevista en este caso, ya que, como señaló seriamente hace mucho tiempo el crítico cultural Matthew Arnold: “La libertad es un excelente caballo para cabalgar, pero para cabalgar a alguna parte, (3) ¿Hacia qué destino, entonces, se esperaba que el pueblo iraquí cabalgara sobre el caballo de la libertad que le fue conferido de modo tan desinteresado por la fuerza de las armas?

La respuesta de EE.UU. fue dada el 19 de septiembre de 2003, cuando Paul Bremer, jefe de la Autoridad Provisional de la Coalición, promulgó cuatro órdenes que incluían “la plena privatización de empresas públicas, plenos derechos de propiedad de empresas iraquíes para firmas extranjeras, repatriación total de los beneficios extranjeros… la apertura de los bancos iraquíes al control extranjero, el tratamiento nacional para compañías extranjeras y… la eliminación de casi todas las barreras comerciales.” (4) Las órdenes debían ser aplicadas a todas las áreas de la economía, incluyendo a los servicios públicos, los medios de información, la manufactura, los servicios, los transportes, las finanzas, y la construcción. Sólo exceptuaron el petróleo.

También fue instituido un sistema tributario regresivo favorecido por los conservadores, llamado un impuesto de tipo único. El derecho de huelga fue ilegalizado y los sindicados prohibidos en sectores clave. Un miembro iraquí de la Autoridad Provisional de la Coalición protestó contra la imposición forzada del “fundamentalismo de libre mercado,” describiéndolo como “una lógica defectuosa que ignora la historia.” (5) Sin embargo, el gobierno iraquí interino nombrado a fines de junio de 2004 no obtuvo ningún poder para cambiar o escribir nuevas leyes – sólo pudo confirmar los decretos que ya habían sido promulgados.

Lo que evidentemente trataba de imponer EE.UU. a Iraq era un aparato estatal neoliberal hecho y derecho cuya misión fundamental era y es facilitar las condiciones para una acumulación rentable de capital para todos, iraquíes y extranjeros por igual. Se esperaba, en breve, que los iraquíes cabalgaran su caballo de la libertad directamente al corral del neoliberalismo. Según la teoría neoliberal, los decretos de Bremer son necesarios y suficientes para la creación de riqueza y por lo tanto para el bienestar mejorado del pueblo iraquí. Constituyen el fundamento apropiado para un adecuado estado de derecho, la libertad individual, y el gobierno democrático. La insurrección que siguió puede ser interpretada en parte como resistencia iraquí a ser presionados hacia el abrazo del fundamentalismo de libre mercado contra su libre voluntad. Es útil recordar, sin embargo, que el primer gran experimento en la formación de un Estado neoliberal fue Chile después del golpe de Augusto Pinochet, casi exactamente treinta años antes de la promulgación de los decretos de Bremer, en el “pequeño 11 de septiembre” de 1973. El golpe, contra el gobierno socialdemócrata, democráticamente elegido e izquierdista, de Salvador Allende, fue fuertemente respaldado por la CIA y apoyado por el Secretario de Estado de EE.UU., Henry Kissinger. Reprimió violentamente a todos los movimientos sociales y organizaciones políticas a la izquierda del centro y desmanteló todas las formas de organizaciones populares, como ser centros comunitarios de salud en vecindarios pobres. El mercado laboral fue “liberado” de restricciones reguladoras o institucionales – el poder sindical, por ejemplo. Pero, en 1973, las políticas de sustitución de importación que habían dominado anteriormente en los intentos latinoamericanos de regeneración económica, y que habían tenido un cierto éxito en Brasil después del golpe de 1964, se habían desprestigiado. Con la economía mundial en medio de una seria recesión, se necesitaba evidentemente algo nuevo. Un grupo de economistas de EE.UU. conocido como “los Chicago boys,” por su apego a las teorías neoliberales de Milton Friedman, que entonces enseñaba en la Universidad de Chicago, fueron llamados para ayudar a reconstruir la economía chilena. Lo hicieron siguiendo líneas de libre mercado, privatizando activos públicos, abriendo recursos naturales a la explotación privada, y facilitando inversiones extranjeras directas y el libre comercio. Garantizaron el derecho de las compañías extranjeras a repatriar beneficios de sus operaciones chilenas. Favorecieron el crecimiento basado en las exportaciones por sobre la sustitución de importaciones. La subsiguiente reanimación de la economía chilena en términos de crecimiento, acumulación de capital, y altas tasas de rentabilidad para las inversiones extranjeras suministró evidencia sobre la cual se pudo modelar las políticas neoliberales más abiertas tanto en Gran Bretaña (bajo Thatcher) y EE.UU. (bajo Reagan). No fue por primera vez en que un brutal experimento en destrucción creativa realizado en la periferia se convirtió en modelo para la formulación de políticas en el centro. (6)

Que dos reestructuraciones obviamente similares del aparato estatal hayan ocurrido en tiempos tan diferentes en partes bastante diferentes del mundo bajo la influencia coercitiva de EE.UU. podría ser tomado como indicativo de que el sombrío alcance del poder imperial de EE.UU. podría encontrarse tras la rápida proliferación de formas de Estado neoliberal en todo el mundo a partir de mediados de los años setenta. Pero el poder y la temeridad de EE.UU. no constituyen toda la historia. No fue, después de todo, EE.UU., quien obligó a Margaret Thatcher a emprender el camino neoliberal en 1979. Y a comienzos de los años ochenta, Thatcher fue una propugnadora mucho más consecuente del neoliberalismo que lo que llegó alguna vez a ser Reagan. Ni fue EE.UU. el que obligó a China en 1978 a seguir el camino que con el tiempo la llevó a acercarse más y más al abrazo del neoliberalismo. Sería difícil atribuir los avances hacia el neoliberalismo en India y Suecia en 1992 al alcance imperial de EE.UU. El disparejo desarrollo geográfico del neoliberalismo en la escena mundial ha sido un proceso muy complejo que involucró múltiples determinaciones y más que un poco de caos y confusión. ¿Por qué, entonces, ocurrió el giro neoliberal, y cuáles fueron las fuerzas que lo hicieron avanzar hasta el punto en que ahora se ha convertido en un sistema hegemónico dentro del capitalismo global?

¿A qué se debe el giro neoliberal?

Hacia fines de los años sesenta, el capitalismo global iba cayendo en una situación caótica. Una recesión importante ocurrió a comienzos de 1973 – la primera desde la gran crisis de los años treinta. El embargo del petróleo y el aumento de los precios del crudo que sobrevinieron posteriormente durante ese año después de la guerra árabe-israelí exacerbaron problemas críticos. El capitalismo arraigado del período de posguerra, con su fuerte énfasis en un pacto difícil entre el capital y el trabajo realizado gracias a la mediación de un Estado intervencionista que prestó mucha atención a lo social (es decir a los programas de asistencia) y a los salarios individuales, ya no funcionaba. El acuerdo de Bretton Woods establecido para regular el comercio y las finanzas internacionales fue finalmente abandonado en 1973 a favor de tasas de cambio flotantes.

Ese sistema había producido altas tasas de crecimiento en los países capitalistas avanzados y generado algunos beneficios indirectos – de modo más obvio en Japón pero también diferentemente a través de Sudamérica y algunos otros países del Sudeste Asiático – durante la “edad dorada” del capitalismo en los años cincuenta y a comienzos de los sesenta. Al llegar la década siguiente, sin embargo, los sistemas previamente existentes estaban agotados y se necesitaba urgentemente una nueva alternativa para reiniciar el proceso de la acumulación de capital. (7) Cómo y por qué el neoliberalismo emergió victorioso como respuesta a ese dilema es una historia compleja. En retrospectiva, puede parecer como si el neoliberalismo hubiera sido inevitable, pero en esos días nadie sabía o comprendía realmente con alguna certeza qué clase de reacción daría resultados y cómo.

El mundo trastabilló hacia el neoliberalismo a través de una serie de virajes y movimientos caóticos que terminaron por converger en el así llamado “Consenso de Washington” en los años noventa. El disparejo desarrollo geográfico del neoliberalismo, y su aplicación parcial y asimétrica de un país a otro, testimonia de su carácter vacilante y de las maneras complejas en las que fuerzas políticas, tradiciones históricas, y configuraciones institucionales existentes influyeron todas en por qué y cómo el proceso ocurrió realmente en el terreno.

Existe, sin embargo, un elemento dentro de esta transición que merece una atención coordinada. La crisis de la acumulación de capital de los años setenta afectó a todos a través de la combinación de creciente desempleo e inflación acelerada. El descontento se generalizaba, y la combinación de movimientos sociales laborales y urbanos en gran parte del mundo capitalista avanzado auguraba una alternativa socialista para el compromiso social entre capital y trabajo, que había cimentado la acumulación de capital de un modo tan exitoso en el período de posguerra. Los partidos comunistas y socialistas ganaban terreno en gran parte de Europa, e incluso en EE.UU. las fuerzas populares agitaban por amplias reformas e intervenciones estatales en todo, desde la protección del entorno a la seguridad en el trabajo y la salud y la protección del consumidor contra los abusos corporativos. Esto representaba una clara amenaza política para las clases gobernantes por doquier, tanto en los países capitalistas avanzados, como Italia y Francia, así como en numerosos países en desarrollo, como México y Argentina.

Más allá de los cambios políticos, la amenaza económica a la posición de las clases gobernantes se hacía palpable. Una condición del acuerdo de posguerra en casi todos los países fue la restricción del poder económico de las clases altas y que el trabajo recibiera una parte mucho mayor de la torta económica. En EE.UU., por ejemplo, la parte del ingreso nacional recibida por el 1% superior de los asalariados cayó de un máximo previo a la guerra de un 16% a menos de un 8% a fines de la Segunda Guerra Mundial y se quedó cerca de ese nivel durante casi tres décadas. Mientras el crecimiento era fuerte semejantes limitaciones parecían carecer de importancia, pero cuando el crecimiento se derrumbó en los años setenta, y las tasas de interés pasaron a ser negativas y los dividendos y beneficios se redujeron, las clases dirigentes se sintieron amenazadas. Tenían que actuar decisivamente si querían proteger su poder contra la aniquilación política y económica.

El golpe de estado en Chile y la toma del poder por los militares en Argentina, fomentados y dirigidos internamente en ambos casos por las elites dirigentes con apoyo de EE.UU., suministraron una especie de solución. Pero el experimento chileno con el neoliberalismo demostró que los beneficios de la acumulación de capital resucitada fueron presentados de un modo altamente sesgado. Al país y a sus elites dirigentes junto con los inversionistas extranjeros les fue bastante bien mientras a la gente en general le iba mal. Con el pasar del tiempo, esto ha sido un efecto tan persistente de las políticas neoliberales como para que sea considerado como un componente estructural de todo el proyecto. Dumenil y Levy han llegado a argumentar que el neoliberalismo fue desde su propio comienzo un esfuerzo por restaurar el poder de clase a las capas más ricas de la población. Mostraron como desde mediados de los años ochenta, la parte del 1% superior de los devengadores de ingresos en EE.UU. aumentó rápidamente para llegar a un 15% a fines del siglo. Otros datos muestran que el 0,1% superior de los devengadores de ingresos aumentaron su parte del ingreso nacional de un 2% en 1978 a más de un 6% en 1999. Otra medida más muestra que la ratio de la compensación media de trabajadores a los salarios de responsables ejecutivos máximos aumentó de sólo un poco más de treinta a uno en 1970 a más de cuatrocientos a uno en 2000. Es casi seguro que, con los recortes de impuestos del gobierno de Bush, la concentración de ingresos y de riqueza en los niveles superiores de la sociedad sigue su ritmo. (8)

Y EE.UU. no se encuentra solo: el 1% superior de los devengadores de ingresos en Gran Bretaña duplicó su parte del ingreso nacional de un 6,5% a un 13% durante los últimos veinte años. Si miramos más lejos, vemos extraordinarias concentraciones de riqueza y poder dentro de una pequeña oligarquía después de la aplicación de la terapia de choque neoliberal en Rusia y un aumento asombroso en las desigualdades de los ingresos y de la riqueza en China al adoptar prácticas neoliberales. Aunque hay excepciones a esta tendencia – varios países del este y del sudeste de Asia han contenido las desigualdades en los ingresos dentro de modestos límites, así como Francia y los países escandinavos – la evidencia sugiere que el giro neoliberal se asocia de alguna manera y en un cierto grado con intentos de restaurar o reconstruir el poder de las clases altas. Podemos, por lo tanto, examinar la historia del neoliberalismo sea como un proyecto utopista que provee un patrón teórico para la reorganización del capitalismo internacional o como un ardid político que apunta a reestablecer las condiciones para la acumulación de capital y la restauración del poder de clase. A continuación, argumentaré que el último de estos objetivos es el que ha dominado. El neoliberalismo no ha demostrado su efectividad en la revitalización de la acumulación global de capital, pero ha logrado restaurar el poder de clase. Como consecuencia, el utopismo teórico del argumento neoliberal ha funcionado más como un sistema de justificación y legitimación. Los principios del neoliberalismo son rápidamente abandonados cada vez que entran en conflicto con el proyecto de clase.
El neoliberalismo no ha demostrado su efectividad en la revitalización de la acumulación global de capital, pero ha logrado restaurar el poder de clase

Hacia la restauración del poder de clase

Si hubo movimientos para restaurar el poder de clase dentro del capitalismo global, ¿cómo fueron implementados y por quién? La respuesta a esa pregunta en países como Chile y Argentina fue simple: un rápido, brutal golpe de estado, seguro de sí mismo, respaldado por las clases altas. y la subsiguiente feroz represión contra todas las solidaridades creadas dentro de los movimientos sociales sindicales y urbanos que habían amenazado tanto su poder. En otros sitios, como en Gran Bretaña y México en 1976, fue necesario el amable espoleo de un Fondo Monetario Internacional, que todavía no era un feroz neoliberal, para empujar a los países hacia prácticas – aunque de ninguna manera un compromiso político – de recortar gastos sociales y programas de asistencia para reestablecer la probidad fiscal. En Gran Bretaña, por supuesto, Margaret Thatcher empuñó más tarde con tanta más furia el garrote neoliberal en 1979 y lo blandió con gran efecto, a pesar de que nunca logró superar por completo la oposición dentro de su propio partido y nunca pudo cuestionar efectivamente temas centrales del Estado de bienestar como el Servicio Nacional de Salud. Es interesante que recién en 2004 el gobierno laborista haya atrevido a introducir una estructura de pagos en la educación superior. El proceso de neoliberalización fue entrecortado, irregular desde el punto de vista geográfico, y fuertemente influenciado por estructuras de clase y otras fuerzas sociales que se mueven a favor o contra sus propuestas centrales dentro de formaciones estatales particulares e incluso dentro de sectores en particular, por ejemplo, la salud o la educación. (9)

Es informativo considerar más de cerca cómo el proceso se desarrolló en EE.UU., ya que este caso fue cardinal como influencia en otras y más recientes transformaciones. Varias líneas del poder se entrecruzaron para crear una transición que culminó a mediados de los años noventa con la toma del poder por el Partido Republicano. Ese logro representó de hecho un “Contrato con EE.UU.” neoliberal como programa para acción en el interior. Antes de ese desenlace dramático, sin embargo, se dieron muchos pasos, que se basaban y reforzaban mutuamente. Para comenzar, en 1970 o algo así, hubo un creciente sentimiento entre las clases altas de EE.UU. de que el clima contrario a los negocios y antiimperialista que había emergido hacia fines de los años sesenta había ido demasiado lejos. En un célebre memorando, Lewis Powell (a punto de ser elevado a la Corte Suprema por Richard Nixon) instó en 1971 a la Cámara de Comercio de EE.UU. a montar una campaña colectiva para demostrar que lo que era bueno para los negocios era bueno para EE.UU. Poco después, fue formada una tenebrosa pero influyente Mesa Redonda Empresarial que todavía existe y que juega un importante papel estratégico en la política del Partido Republicano. Comités corporativos de acción política, legalizados bajo las leyes de financiamiento de las campañas electorales post Watergate de 1974, proliferaron como un reguero de pólvora. Con actividades protegidas bajo la Primera Enmienda como una forma de libertad de expresión por una decisión de la Corte Suprema de 1976, comenzó la captura sistemática del Partido Republicano como instrumento de clase del poder corporativo y financiero colectivo (más que particular o individual). Pero el Partido Republicano necesitaba una base popular, y lograrlo fue más problemático. La incorporación de líderes de la derecha cristiana, presentada como mayoría moral, junto con la Mesa Redonda Empresarial, suministraron la solución a ese problema. Un gran segmento de la clase trabajadora resentida, insegura, y en su mayor parte blanca, fue persuadido para que votara regularmente contra sus propios intereses materiales por motivos culturales (antiliberales, antinegros, antifeministas y antigays), nacionalistas y religiosos. A mediados de los años noventa, el Partido Republicano había perdido casi todos sus elementos liberales y se había convertido en una máquina derechista homogénea que conecta los recursos financieros del gran capital corporativo con una base populista, la Mayoría Moral, que era particularmente fuerte en el sur de EE.UU. (10)

El segundo elemento en la transición de EE.UU. tuvo que ver con la disciplina fiscal. La recesión de 1973 a 1975 disminuyó los ingresos tributarios a todos los niveles en una época de creciente demanda de gastos sociales. Aparecieron déficits por doquier como un problema crucial. Había que hacer algo respecto a la crisis fiscal del Estado; la restauración de la disciplina monetaria era esencial. Esa convicción otorgó poder a las instituciones financieras que controlaban las líneas de crédito del gobierno. En 1975, se negaron a refinanciar la deuda de Nueva York y llevaron a esa ciudad al borde de la bancarrota. Una poderosa cabala de banqueros de unió al Estado para reforzar el control sobre la ciudad. Eso significó refrenar las aspiraciones de los sindicatos municipales, despidos en el empleo público, congelación de salarios, recortes en las provisiones sociales (educación, salud pública y servicios de transporte), y la imposición de pagos por los usuarios (los gastos de matrícula fueron introducida por primera vez en el sistema de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY). El rescate trajo consigo la construcción de nuevas instituciones que tenían prioridad en los ingresos de impuestos de la ciudad a fin de pagar a los poseedores de bonos, lo que quedaba iba al presupuesto de la ciudad para servicios esenciales. La indignidad final fue un requerimiento de que los sindicatos municipales invirtieran sus fondos de pensión en bonos de la ciudad. Esto aseguró que los sindicatos moderaran sus reivindicaciones para evitar el peligro de perder sus fondos de pensión debido a la bancarrota de la ciudad.

Acciones semejantes representaban un golpe de estado de las instituciones financieras contra el gobierno democráticamente elegido de la ciudad de Nueva York, y fueron tan efectivas como la toma del poder militar que había ocurrido anteriormente en Chile. Gran parte de la infraestructura social de la ciudad fue destruida, y los fundamentos físicos (por ejemplo, el sistema de tránsito) se deterioraron considerablemente por falta de inversión o incluso mantenimiento. La administración de la crisis fiscal de Nueva York allanó el camino para prácticas neoliberales tanto en el interior bajo Ronald Reagan como internacionalmente a través del Fondo Monetario Internacional durante todos los años ochenta. Estableció el principio de que, en el evento de un conflicto entre la integridad de las instituciones financieras y los poseedores de bonos por una parte y el bienestar de los ciudadanos por la otra, los primeros tuvieran la preferencia. Dejó en claro el punto de vista de que el papel del gobierno es crear un buen clima para los negocios en lugar de velar por las necesidades y el bienestar de la población en general. En medio de una crisis fiscal generalizada hubo redistribuciones fiscales en beneficio de las clases altas.

Queda por ver si todos los agentes involucrados en la producción de este compromiso en Nueva York lo vieron en la época como una táctica para la restauración del poder de las clases altas. La necesidad de mantener la disciplina fiscal es un asunto de profunda preocupación en sí mismo y no tiene que conducir a la restitución de la dominación de clase. Es poco probable, por lo tanto, que Felix Rohatyn, el banquero mercantil de importancia crucial en el acuerdo entre la ciudad, el Estado, y las instituciones financieras, haya pensado en la reimposición del poder de clase. Pero ese objetivo fue probablemente importante en los pensamientos de los banqueros de inversiones. Fue casi con seguridad el objetivo del Secretario del Tesoro de aquel entonces, William Simon, quien habiendo observado con aprobación el progreso de los eventos en Chile, se negó a ayudar a Nueva York y declaró abiertamente que quería que la ciudad sufriera tanto que ninguna otra ciudad en la nación se volviera a atrever a aceptar otra vez obligaciones sociales similares. (11)

El tercer elemento en la transición de EE.UU. conllevaba un ataque ideológico contra los medios de información y las instituciones educacionales. Proliferaron los “think tanks” independientes financiados por acaudalados individuos y donantes corporativos – ante todo la Heritage Foundation – para preparar una acometida ideológica orientada a persuadir al público del sentido común de las propuestas neoliberales. Una inundación de documentos y propuestas políticas y un verdadero ejército de lugartenientes bien pagados, entrenados para promover ideas neoliberales, en combinación con la adquisición corporativa de canales mediáticos transformaron efectivamente el clima discursivo en EE.UU. a mediados de los años ochenta. Proclamaron estruendosamente el proyecto de “sacar al gobierno de por sobre las espaldas de la gente” y de reducir el gobierno hasta que pudiera ser “ahogado en una bañera”. A este respecto, los promotores del nuevo evangelio encontraron una audiencia dispuesta en el ala del movimiento de 1968 cuyo objetivo era lograr más libertad individual del poder estatal y de las manipulaciones del capital monopolista. El argumento libertario a favor del neoliberalismo resultó ser una poderosa fuerza a favor del cambio. Hasta el punto que el capital se reorganizó para abrir un espacio para el empresariado individual y desvió sus esfuerzos para satisfacer innumerables mercados nicho, particularmente los definidos por la liberación sexual, que fueron generados por un consumismo cada vez más individualizado, para que los hechos correspondieran a la teoría.

Este cebo del empresariado y del consumismo individualizados fue respaldado por el garrote blandido por el Estado y las instituciones financieras contra la otra ala del movimiento de 1968 cuyos miembros habían buscado justicia social mediante la negociación colectiva y las solidaridades sociales. La destrucción por Reagan de los controladores aéreos (PATCO) en 1980 y la derrota por Margaret Thatcher de los mineros británicos en 1984 fueron momentos cruciales en el giro global hacia el neoliberalismo. El ataque contra instituciones, como sindicatos y organizaciones de derechos asistenciales, que trataban de proteger y favorecer los intereses de la clase trabajadora fue amplio y profundo. Los salvajes recortes en los gastos sociales y del Estado de bienestar, y el paso de toda responsabilidad por su bienestar a los individuos y sus familias avanzaron a paso acelerado. Pero esas prácticas no se detuvieron en las fronteras nacionales, y no podían hacerlo. Después de 1980, EE.UU., ya comprometido firmemente con la liberalización y claramente respaldado por Gran Bretaña, trató, mediante una mezcla de liderazgo, persuasión – los departamentos de economía de las universidades de investigación de EE.UU. jugaron un papel importante en la capacitación de muchos de los economistas de todo el mundo en los principios neoliberales – y la coerción para exportar la neoliberalización por todas partes. La purga de economistas keynesianos y su reemplazo por monetaristas neoliberales en el Fondo Monetario Internacional en 1982 transformó el FMI dominado por EE.UU. en un agente de primera clase de la neoliberalización mediante sus programas de ajuste estructural impuestos a cualquier Estado (y hubo muchos en los años ochenta y noventa) que requería su ayuda en el repago de la deuda. El Consenso de Washington, que fue forjado en los años noventa, y las reglas de negociación fijadas bajo la Organización Mundial de Comercio en 1998, confirmaron el giro global hacia las prácticas neoliberales. (12)

El nuevo concordato internacional también dependía de la reanimación y de la reconfiguración de la tradición imperial de EE.UU. Esa tradición había sido forjada en Centroamérica en los años veinte, como una forma de dominación sin colonias. Repúblicas independientes podían ser mantenidas bajo la dominación de EE.UU., y actuar efectivamente, en el mejor de los casos, como testaferros de los intereses de EE.UU. a través del apoyo de hombres fuertes – como Somoza en Nicaragua, el Shah en Irán, y Pinochet en Chile – y un séquito de seguidores respaldados por la ayuda militar y financiera. Se disponía de ayuda clandestina para promover el ascenso al poder de dirigentes semejantes, pero al llegar los años setenta se hizo evidente que se necesitaba algo más: la apertura de mercados, nuevos espacios para inversiones, y que se abrieran campos en los que los poderes financieros pudieran operar con seguridad. Esto implicaba una integración mucho más estrecha de la economía global, con una arquitectura financiera bien definida. La creación de nuevas prácticas institucionales, tales como las que fueron fijadas por el FMI y la OMC, suministró vehículos convenientes a través de los cuales se podía ejercer el poder financiero y de mercado. El modelo necesitaba la colaboración entre las principales potencias capitalistas y el Grupo de Siete (G7), llevando a Europa y Japón a alinearse con EE.UU. para conformar el sistema financiero y comercial global de maneras que obligara efectivamente a todas las naciones a someterse. “Naciones proscritas,” definidas como las que no se ajustaban a esas reglas globales, podían entonces ser encaradas mediante sanciones o la fuerza coercitiva o incluso militar si resultaba necesario. De esta manera, las estrategias imperialistas neoliberales de EE.UU. fueron articuladas a través de una red global de relaciones de poder, uno de los efectos de la cual fue permitir que las clases altas de EE.UU. hicieran pagar tributos financieros y dispusieran de rentas del resto del mundo como un medio para aumentar su control ya hegemónico. (13)

Neoliberalismo como destrucción creativa

¿Cómo resolvió la neoliberalización los problemas del debilitamiento de la acumulación de capital? Sus antecedentes reales en el estímulo del crecimiento económico son pésimos. Las tasas de crecimiento agregado eran de unos 3,5% en los años sesenta e incluso durante los atribulados años setenta cayeron a sólo un 2,4%. Las tasas subsiguientes de crecimiento global de 1,4% y de 1,1% para los años ochenta y noventa, y una tasa que apenas llega a 1% desde 2000, indican que el neoliberalismo ha fracasado ampliamente en el estímulo del crecimiento global. (14) Incluso si excluimos de este cálculo los efectos catastróficos del colapso de la economía rusa y de algunas centroeuropeas después del tratamiento de terapia neoliberal de los años noventa, el rendimiento económico global desde el punto de vista de la restauración de las condiciones de acumulación general de capital ha sido débil.

A pesar de su retórica sobre la cura de economías enfermas, ni Gran Bretaña ni EE.UU. lograron un elevado rendimiento económico en los años ochenta. Esa década perteneció a Japón, a los “tigres” del Este Asiático, y a Alemania Occidental como motores de la economía global. Esos países fueron tuvieron mucho éxito, pero sus sistemas institucionales radicalmente diferentes dificultan la identificación de sus logros con el neoliberalismo. El Bundesbank (Banco Central) alemán había tomado una fuerte línea monetarista (concordante con el neoliberalismo) durante más de dos décadas, un hecho que sugiere que no existe una conexión necesaria entre el monetarismo per se y la búsqueda de la restauración del poder de clase. En Alemania Occidental, los sindicatos siguieron siendo fuertes y los niveles de salario se mantuvieron relativamente elevados junto a la construcción de un Estado de bienestar progresista. Uno de los efectos de esta combinación fue que se estimuló una alta tasa de innovación tecnológica que mantuvo a Alemania Occidental en las primeras filas en el terreno de la competencia internacional. La producción impulsada por la exportación hizo avanzar al país como líder global. En Japón, los sindicatos independientes eran débiles o inexistentes, pero la inversión estatal en el cambio tecnológico y organizativo y la estrecha relación entre las corporaciones y las instituciones financieras (un sistema que también demostró ser acertado en Alemania Occidental) generó un sorprendente desempeño impulsado por la exportación, en gran parte a costas de otras economías capitalistas como ser el Reino Unido y EE.UU. Un tal crecimiento, como lo hubo en los años ochenta (y la tasa de crecimiento agregado en el mundo fue incluso más baja que la de los atribulados años setenta) no dependió por lo tanto, de la neoliberalización. Muchos Estados europeos, por ello, se resistieron a las reformas neoliberales y encontraron cada vez más modos de preservar gran parte de su patrimonio socialdemócrata mientras se movían, en algunos casos con bastante éxito, hacia el modelo alemán occidental. En Asia, el modelo japonés implantado bajo sistemas autoritarios de gobierno en Corea del Sur, Taiwán y Singapur, demostró que era viable y concordante con una razonable igualdad de distribución. Recién en los años noventa, la neoliberalización comenzó a producir frutos tanto en EE.UU. como en Gran Bretaña. Esto sucedió en medio de un prolongado período de deflación en Japón, y un relativo estancamiento en la recién unificada Alemania. Queda por ver si la recesión japonesa ocurrió como simple resultado de presiones competitivas o si fue ingeniada por agentes financieros en EE.UU. para postrar la economía japonesa.

De modo que ¿por qué entonces ante estos antecedentes desiguales si no pésimos, tantos fueron persuadidos de que la neoliberalización es una solución exitosa? Además y más allá de la corriente persistente de propaganda que emana de los think tanks neoliberales y recarga los medios de información, se destacan dos razones materiales. Primero, la neoliberalización ha sido acompañada por una creciente volatilidad dentro del capitalismo global. El que el éxito se materializara en algún sitio oscureció la realidad de que el neoliberalismo fracasaba en general. Episodios periódicos de crecimiento se entremezclaron con fases de destrucción creativa, registradas usualmente como severas crisis financieras. Argentina fue abierta al capital extranjero y a la privatización en los años noventa y durante varios años fue la favorita de Wall Street, sólo para derrumbarse hacia el desastre cuando el capital internacional se retiró a fines de la década. El colapso financiero y la devastación social fueron rápidamente seguidos por una prolongada crisis política. La turbulencia financiera cundió por todo el mundo en desarrollo y en algunos casos, como en Brasil y México, repetidas olas de ajuste estructural y austeridad llevaron a la parálisis económica.

Por otra parte, el neoliberalismo ha sido un inmenso éxito desde el punto de vista de las clases altas. Ha restaurado la posición de clase de las elites gobernantes, como en EE.UU. y Gran Bretaña, o creado condiciones para la formación de la clase capitalista, como en China, India, Rusia, y otros sitios. Incluso países que sufrieron ampliamente por la neoliberalización han presenciado el masivo reordenamiento interno de las estructuras de clase. La ola de privatización que llegó a México con el gobierno de Salinas de Gortari en 1992, generó concentraciones de riqueza sin precedentes en las manos de unos pocos (Carlos Slim, por ejemplo, que se hizo cargo del sistema telefónico estatal y se convirtió instantáneamente en multimillonario).

Con medios dominados por los intereses de la clase alta, podía propagarse el mito de que ciertos sectores fracasaron porque no fueron suficientemente competitivos, preparando así la escena para aún más reformas neoliberales. Se necesitaba más desigualdad social para alentar el riesgo y la innovación empresariales, y éstas, por su parte, confieren ventajas competitivas y estimulan el crecimiento. Si las condiciones entre las clases bajas se deterioraban, era porque no mejoraban su propio capital humano mediante la educación, la adquisición de una ética protestante de trabajo, y su sumisión a la disciplina y flexibilidad laboral por defectos personales, culturales y políticos. En un mundo spenceriano, decía el argumento, sólo los más aptos debían y podían sobrevivir. Los problemas sistémicos fueron camuflados bajo una tempestad de pronunciamientos ideológicos y una plétora de crisis localizadas. Si el principal efecto del neoliberalismo ha sido redistributivo en lugar de generativo, había que encontrar modos de transferir activos y canalizar la riqueza y los ingresos sea de la masa de la población hacia las clases altas o de países vulnerables a los más ricos. En otro sitio presento un informe sobre estos procesos bajo la rúbrica de acumulación por desposeimiento. (15) Con eso, quiero decir la continuación y proliferación de prácticas de acumulación que Marx había designado como “primitivas” u “originales” durante el ascenso del capitalismo. Estas incluyen (1) la conmodificación y privatización de la tierra y la expulsión forzada de poblaciones campesinas (como recientemente en México e India); (2) la conversión de diversas formas de derechos de propiedad (común, colectiva, estatal ,etc.) en derechos exclusivamente de propiedad privada; (3) la supresión de derechos a las áreas públicas; (4) la conmodificación del poder laboral y la supresión de formas alternativas (indígenas) de producción y consumo; (5) procesos coloniales, neocoloniales, e imperiales, de apropiación de activos (incluyendo los recursos naturales); (6) la monetización de los intercambios y de la tributación, particularmente de tierras; (7) la trata de esclavos (que continúa, particularmente en la industria del sexo); y (8) la usura, la deuda nacional y. lo más devastador de todo, el uso del sistema crediticio como un medio radical de acumulación primitiva.

El Estado, con su monopolio de la violencia y de las definiciones de la legalidad, juega un rol crucial en el respaldo y la promoción de estos procesos. A esta lista de mecanismos, podemos agregar ahora una armadía de técnicas adicionales, tales como la extracción de rentas de patentes y derechos de propiedad intelectual y la disminución o cancelación de varias formas de propiedad comunitaria – tales como pensiones estatales, vacaciones pagas, acceso a la educación y a la atención sanitaria – conquistadas en una generación o más de luchas socialdemócratas. La propuesta de privatizar todos los derechos a la pensión estatal (aplicada por primera vez en Chile bajo la dictadura de Augusto Pinochet) es, por ejemplo, uno de los objetivos predilectos de los neoliberales en EE.UU.

En los casos de China y Rusia, podría ser razonable referirse a recientes acontecimientos en términos “primitivos” y “originales”, pero las prácticas que restauraron el poder a elites capitalistas en EE.UU. y otros sitios son mejor descritas como un proceso continuo de acumulación mediante el desposeimiento que creció rápidamente bajo el neoliberalismo. A continuación, aíslo cuatro elementos principales.

1. Privatización

La corporatizacion, conmodificación, y privatización de activos públicos anteriormente públicos han sido características emblemáticas del proyecto neoliberal. Su principal objetivo ha sido abrir nuevos campos para la acumulación de capital en terrenos que anteriormente eran considerados como fuera de límites para los cálculos de rentabilidad. Servicios públicos de todo tipo (agua, telecomunicaciones, transporte), suministro de asistencia social (viviendas sociales, educación, atención sanitaria, pensiones), instituciones públicas (tales como universidades, laboratorios de investigación, prisiones), e incluso la guerra (como lo ilustra el “ejército” de contratistas privados que operan junto a las fuerzas armadas en Iraq) han sido todos privatizados en algún grado en todo el mundo capitalista.

Derechos de propiedad privada establecidos a través del así llamado acuerdo ADPIC (Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio) dentro de la OMC, define como propiedad privada a materiales genéticos, plasmas de semillas, y a todo tipo de otros productos. Entonces se pueden extraer rentas por su uso de poblaciones cuyas prácticas han jugado un papel crucial en el desarrollo de esos materiales genéticos. La biopiratería es rampante, y el pillaje de las reservas de recursos genéticos del mundo ha avanzado en beneficio de unas pocas grandes compañías farmacéuticas. La escalada del agotamiento de los bienes comunes medioambientales del globo (tierra, aire, agua) y la proliferación de las degradaciones del hábitat que imposibilitan todo lo que no sean modos de requerimiento intensivo de capital para la producción agrícola han resultado asimismo de la conmodificación de la naturaleza en todas sus formas.

La conmodificación (a través del turismo) de las formas culturales, historias, y de la creatividad intelectual, involucra desposeimientos generalizados (la industria de la música es tristemente célebre por la apropiación y explotación de la cultura y la creatividad de base). Como en el pasado, el poder del Estado es utilizado frecuentemente para imponer esos procesos incluso contra la voluntad popular. El retroceso de los marcos reguladores diseñados para proteger a las fuerzas laborales y al entorno contra la degradación ha conllevado la pérdida de derechos. La reversión hacia el dominio privado de los derechos de propiedad común conquistados durante años de duras luchas de clase (el derecho a una pensión estatal, a la asistencia, a atención sanitaria nacional) ha sido una de las políticas de desposeimiento más atroces proseguidas en nombre de la ortodoxia neoliberal.
El neoliberalismo no ha demostrado su efectividad en la revitalización de la acumulación global de capital, pero ha logrado restaurar el poder de clase

La corporatización, conmodificación, y privatización de lo que hasta ahora eran activos públicos han sido características insignes del proyecto neoliberal. Todos estos procesos equivalen a una transferencia de activos de los campos público y popular a los dominios privados y de privilegios de clase. La privatización, argumentó Arundhati Roy respecto al caso indio, involucra “la transferencia de activos públicos productivos del Estado a compañías privadas. Los activos productivos incluyen recursos naturales: tierra, bosques, agua, aire. Estos son los activos que el Estado mantiene en fideicomiso para el pueblo que representa... Arrancárselos y venderlos como valores a compañías privadas es un proceso de bárbaro desposeimiento en una escala que no tiene paralelo en la historia.” (16)

2. Financialización

La poderosa ola financiera que comenzó después de 1980 ha estado marcada por su estilo especulativo y predatorio. El volumen diario de transacciones financieras en los mercados internacionales, que era de 2.300 millones de dólares en 1983, había aumentado a 130.000 millones de dólares en 2001. Este volumen anual de 40 billones de dólares en 2001 se compara con el cálculo de 800.000 millones de dólares que serían necesarios para apoyar el comercio internacional y los flujos de inversiones productivas. (17) La desregulación permitió que el sistema financiero se convirtiera en uno de los centros principales de actividad de redistribución mediante la especulación, la depredación, el fraude, y el robo. Las promociones de acciones; estafas Ponzi; destrucción de productos financieros estructurados mediante la inflación: liquidación de activos mediante fusiones y adquisiciones; y la promoción de incumbencias de deuda que redujo a poblaciones enteras, incluso en los países capitalistas avanzados, a la esclavitud por deudas – para no hablar del fraude corporativo y el desposeimiento de activos, tales como el robo de fondos de pensiones y su aniquilamiento por colapsos de acciones y de corporaciones mediante manipulaciones crediticias y bursátiles – son todas características del sistema financiero capitalista.

El énfasis en los valores de acciones, que surgieron después de juntar los intereses de propietarios y administradores de capital mediante la remuneración de estos últimos con opciones en acciones, condujo, como sabemos ahora, a manipulaciones en el mercado que crearon inmensa riqueza para unos pocos a costas de los muchos. El espectacular colapso de Enron fue emblemático para un proceso general que privó a muchos de su subsistencia y derechos a pensión. Más allá de eso, también debemos considerar los robos especulativos realizados por fondos de alto riesgo y otros importantes instrumentos del capital financiero que formaron la verdadera vanguardia de la acumulación por desposeimiento en la escena global, incluso aunque supuestamente conferían el beneficio positivo para la clase capitalista de “repartir los riesgos.”

3. La administración y la manipulación de crisis

Más allá de la espuma especulativa y a menudo fraudulenta que caracteriza gran parte de la manipulación financiera neoliberal, se halla un proceso más profundo que involucra accionar la trampa de la deuda como un medio primordial de acumulación por desposeimiento. La creación, administración y manipulación de crisis en la escena mundial se ha convertido en el fino arte de la redistribución deliberada de riqueza de los países pobres a los ricos. Al aumentar repentinamente las tasas de interés en 1979, Paul Volcker, en aquel entonces presidente de la Reserva Federal de EE.UU. subió la proporción de beneficios extranjeros que los países prestatarios tenían que invertir en los pagos por intereses por deudas. Forzados a la bancarrota, países como México tuvieron que aceptar el ajuste estructural. Mientras proclamaba su papel como un noble líder que organiza rescates para mantener la estabilidad y la dirección de la acumulación global de capital, EE.UU. también pudo abrir la puerta para el saqueo de la economía mexicana mediante el despliegue de su poder financiero superior bajo condiciones de crisis local. El complejo Tesoro de EE.UU./Wall Street/FMI se convirtió en experto en hacerlo por doquier. El sucesor de Volker, Alan Greenspan, recurrió varias veces en los años noventa a tácticas similares. Las crisis de la deuda en países individuales, poco común en los años sesenta, se hizo frecuente durante los años ochenta y noventa. Casi ningún país en desarrollo dejó de ser afectado y en algunos casos, como en Latinoamérica, tales crisis fueron suficientemente frecuentes como para ser consideradas endémicas. Esas crisis de la deuda fueron orquestadas, administradas y controladas tanto para racionalizar el sistema como para redistribuir activos durante los años ochenta y noventa. Wade y Veneroso capturaron la esencia de esa tendencia cuando escribieron sobre la crisis asiática de 1997 y 1998 – provocada inicialmente por la operación de fondos de alto riesgo basados en EE.UU.:

Las crisis financieras siempre han causado transferencias de propiedad y poder a los que mantienen intactos sus propios activos y están en la posición de crear crédito, y la crisis asiática no es una excepción... no cabe duda de que las corporaciones occidentales y japonesas son los grandes ganadores... La combinación de masivas devaluaciones impulsó a la liberalización financiera, y la recuperación facilitada por el FMI incluso podría precipitar la mayor transferencia de activos de propietarios nacionales a extranjeros en tiempos de paz de los últimos cincuenta años en cualquier parte del mundo, eclipsando las transferencias de propietarios nacionales a estadounidenses en Latinoamérica en los años ochenta o en México después de 1994. Se recuerda la declaración atribuida a Andrew Mellon: “En una depresión los activos vuelven a sus legítimos dueños.” (18)

La analogía con la creación deliberada de desempleo para producir una fuente de mano de obra excedente mal remunerada, conveniente para la acumulación ulterior, es exacta. Valiosos activos pierden su uso y su valor. Yacen inertes y durmientes hasta que capitalistas en posesión de liquidez deciden apoderarse de ellos e insuflarles nueva vida. El peligro, sin embargo, es que las crisis pueden descontrolarse y generalizarse, o que surgirán revueltas contra el sistema que las crea. Una de las funciones primordiales de las intervenciones estatales y de las instituciones internacionales es orquestar crisis y devaluaciones de manera que permitan que ocurra la acumulación por desposeimiento sin provocar un colapso general o una revuelta popular. El programa de ajuste estructural administrado por el complejo Wall Street/Tesoro/FMI se ocupa de la primera función. Es tarea del aparato comprador estatal neoliberal (respaldado por la ayuda militar de las potencias imperialistas) asegurar que no ocurran insurrecciones en el país que ha sido atracado. Sin embargo, emergieron señales de revuelta popular, primero con el levantamiento zapatista en México en 1994, y después con el descontento generalizado que informó a los movimientos contra la globalización como el que culminó en Seattle en 1999.

4. Redistribuciones estatales

El Estado, una vez que se ha convertido en un conjunto neoliberal de instituciones, se convierte en un agente primordial de las políticas redistribuidoras, invirtiendo el flujo de las clases altas hacia las bajas que había sido implementado durante la era precedente socialdemócrata.

Lo hace en primer lugar mediante esquemas de privatización y recortes en los gastos gubernamentales que debían apoyar el salario social. Incluso si la privatización parece ser beneficiosa para las clases bajas, los efectos a largo plazo pueden ser negativos. A primera vista, por ejemplo, el programa de Thatcher para la privatización de las viviendas sociales en Gran Bretaña pareció ser un regalo a las clases bajas cuyos miembros ahora podían pasar de ser arrendatarios a ser propietarios a un coste relativamente bajo, obtener el control de un activo valioso, y aumentar su riqueza. Pero una vez que fue completada la transferencia, entró en juego la especulación con la vivienda, particularmente en ubicaciones centrales de primera, terminando por sobornar u obligar a las poblaciones a partir a la periferia en las ciudades como Londres, y convirtiendo a lo que eran barrios de viviendas de clase trabajadora en centros de intenso aburguesamiento. La pérdida de viviendas asequibles en áreas centrales resultó en la falta de viviendas para muchos y en viajes extremadamente largos para los que tenían trabajos mal remunerados de servicio. La privatización de los ejidos (derechos de propiedad común de la tierra bajo la constitución mexicana) en México, que se convirtió en un componente central del programa neoliberal establecido durante los años noventa, tuvo efectos análogos en el campesinado mexicano, obligando a muchos habitantes rurales a irse a las ciudades en busca de trabajo. El Estado chino creó toda una serie de medidas draconianas mediante la cual activos fueron conferidos a una pequeña elite en detrimento de las masas.

El Estado neoliberal también busca redistribuciones mediante una serie de otras medidas como ser revisiones en el código tributario para beneficiar a los rendimientos de inversiones en lugar de ingresos y salarios, la promoción de elementos regresivos en el código tributario (como ser impuestos a la venta), el desplazamiento de gastos estatales y el libre acceso para todos mediante tarifas de usuarios (por ejemplo en la educación superior), y la provisión de una vasta gama de subsidios y beneficios tributarios a las corporaciones. Los programas de asistencia que ahora existen en EE.UU. en los ámbitos federal, estatal y local, equivalen a una vasta reorientación de los dineros públicos para beneficiar a las corporaciones (directamente como en el caso de subsidios a la agroindustria e indirectamente como en el caso del sector militar-industrial), de un modo muy parecido a como opera la deducción de los impuestos de la tasa de interés hipotecario en EE.UU., como un masivo subsidio para los propietarios de casas de altos ingresos y para la construcción industrial.

El aumento de la vigilancia y del mantenimiento del orden y, en el caso de EE.UU., el encarcelamiento de elementos recalcitrantes en la población, indican un rol más siniestro de intenso control social. En los países en desarrollo, donde la oposición al neoliberalismo y a la acumulación por desposeimiento puede ser más fuerte, el papel del Estado neoliberal asume rápidamente el de represión activa incluso hasta el punto de la guerra de baja intensidad contra movimientos opositores (muchos de los cuales pueden ahora ser convenientemente calificados de terroristas para obtener la ayuda militar y el apoyo de EE.UU.) tales como los zapatistas en México o los campesinos sin tierras en Brasil.

En efecto, informó Roy: “La economía rural de India, que sostiene a setecientos millones de personas, está siendo agarrotada. Agricultores que producen demasiado están necesitados, agricultores que producen demasiado poco están necesitados, y los jornaleros agrícolas sin tierra están sin trabajo porque grandes propietarios y haciendas despiden a sus trabajadores. Todos atestan las ciudades en busca de empleo.” (19) En China, se calcula que por lo menos la mitad de 1.000 millones de personas tendrá que ser absorbida por la urbanización durante los próximos diez años si se quiere evitar el caos y la revuelta en el campo. No se sabe lo que esos itinerantes harán en las ciudades, aunque los amplios planes de infraestructura física que están siendo implementados logren llegar a absorber en algo los excedentes laborales liberados por la acumulación primitiva.

Las tácticas redistribuidoras del neoliberalismo son amplias, sofisticadas, frecuentemente marcadas por estratagemas ideológicos, pero devastadoras para la dignidad y el bienestar social de poblaciones y territorios vulnerables. La ola de neoliberalización por destrucción creativa que ha recorrido el globo no tiene paralelo en la historia del capitalismo. Con razón ha generado resistencia y una búsqueda de alternativas viables.

Alternativas

El neoliberalismo ha generado un conjunto de movimientos opositores tanto dentro como fuera de su radio de acción, muchos de los cuales son radicalmente diferentes de los movimientos basados en los trabajadores que dominaron antes de 1980. Digo muchos, pero no todos. Los movimientos tradicionales basados en los trabajadores no están de ninguna manera muertos, ni siquiera en los países capitalistas avanzados en los que han sido muy debilitados por el ataque neoliberal. En Corea del Sur y Sudáfrica, vigorosos movimientos sindicales aparecieron durante los años ochenta, y en gran parte de Latinoamérica florecen los partidos de la clase obrera. En Indonesia, un putativo movimiento sindical de gran importancia potencial lucha por ser escuchado. El potencial de malestar laboral es inmenso aunque impredecible.

Y no es evidente tampoco que la masa de la clase trabajadora en EE.UU., que durante la última generación votó consistentemente contra sus propios intereses materiales por motivos de nacionalismo cultural, religión, y oposición a múltiples movimientos sociales, permanecerá para siempre bloqueada en una política semejante por las maquinaciones por igual de republicanos y demócratas. No hay motivos para excluir en el futuro la resurgencia de una política basada en los trabajadores con una fuerte agenda antineoliberal. Pero las luchas contra la acumulación por desposeimiento están fomentando líneas bastante diferentes de lucha social y política. En parte debido a las condiciones peculiares que dan origen a esos movimientos, su orientación política y modos de organización se diferencian fuertemente de los que son típicos en la política socialdemócrata. La rebelión zapatista, por ejemplo, no buscó la toma del poder estatal o la realización de una revolución política. En su lugar postuló una política inclusiva para trabajar a través del conjunto de la sociedad civil en una búsqueda abierta y fluida de alternativas que consideraran las necesidades específicas de diferentes grupos sociales y les permitiera mejorar su suerte. Desde el punto de vista organizativo, tendió a evitar el vanguardismo y se negó a adoptar la forma de un partido político. En su lugar prefirió seguir siendo un movimiento social dentro del Estado, intentando formar un bloque de poder político en el que las culturas indígenas fueran centrales en lugar de ser periféricas. Con ello trató de lograr algo similar a una revolución pasiva dentro de la lógica territorial del poder estatal.

El efecto de tales movimientos ha sido transferir el terreno de la organización política lejos de los partidos políticos y de las organizaciones sindicales tradicionales hacia una dinámica política menos enfocada de acción social a través de todo el espectro de la sociedad civil. Pero lo que perdieron en enfoque lo ganaron en relevancia. Sacaron sus fuerzas del arraigo en los trabajos diarios de la vida y lucha de todos los días, pero al hacerlo a menudo les fue difícil salirse de lo local y de lo particular para comprender la macropolítica de lo que fue y es la acumulación neoliberal por desposeimiento. La variedad de tales luchas fue y es simplemente sorprendente. Es difícil llegar a imaginar conexiones entre ellas. Fueron y son parte de una mezcla volátil de movimientos de protesta que recorrieron el mundo y ocuparon crecientemente los titulares durante y después de los años ochenta. (20)

Esos movimientos y revueltas fueron a veces aplastados con una violencia feroz, en la mayor parte por poderes estatales que actuaban en nombre del orden y la estabilidad. En otros sitios produjeron violencia entre etnias y guerras civiles cuando la acumulación por desposeimiento condujo a intensas rivalidades sociales y políticas en un mundo dominado por tácticas de dividir para gobernar por parte de fuerzas capitalistas. Los Estados clientes apoyados militarmente o en algunos casos con fuerzas especiales entrenadas por las principales potencias (encabezadas por EE.UU., y Gran Bretaña y Francia con un rol menor) lideraron en un sistema de represiones y liquidaciones para bloquear implacablemente los movimientos activistas que cuestionaban la acumulación por desposeimiento.

Los propios movimientos han producido una abundancia de ideas respecto a alternativas. Algunos tratan de desvincularse total o parcialmente de los poderes abrumadores del neoliberalismo y del neoconservadurismo. Otros buscan justicia social y medioambiental globales mediante la reforma o disolución de poderosas instituciones tales como el FMI y la OMC, y el Banco Mundial. Otras destacan una recuperación de los bienes comunes, mostrando con ello profundas continuidades con luchas de hace tiempo, así como con luchas libradas a lo largo de la amarga historia del colonialismo y el imperialismo. Algunas conciben una multitud en movimiento, o un movimiento dentro de la sociedad civil global, para enfrentar a los poderes dispersos y descentrados del orden neoliberal, mientras otros buscan de un modo más modesto experimentos locales con nuevos sistemas de producción y consumo animados por diferentes tipos de relaciones sociales y prácticas ecológicas. También existen las que confían en estructuras más convencionales de partidos políticos con el objetivo de obtener el poder del Estado como un paso hacia la reforma global del orden económico. Muchas de estas diversas corrientes se juntan ahora en el Foro Social Mundial en un intento de definir su misión compartida y edificar una estructura organizativa capaz de enfrentar las numerosas variantes del neoliberalismo y del neoconservadurismo. Hay mucho que admirar y para inspirar en esto. (21)

Aunque ha sido efectivamente disfrazado, hemos vivido toda una generación de lucha de clases sofisticada por parte de las capas superiores por restaurar, o como en China y Rusia por edificar, la dominación de clase.

Pero ¿qué tipo de conclusiones pueden ser extraídas de un análisis del tipo que hemos estructurado? Para comenzar, toda la historia del compromiso socialdemócrata y el subsiguiente giro hacia el neoliberalismo indica el papel crucial jugado por la lucha de clases para limitar o restaurar el poder de clase. Aunque ha sido efectivamente disfrazado, hemos vivido toda una generación de lucha de clases sofisticada por parte de las capas superiores por restaurar, o como en China y Rusia por edificar, la dominación de clase. Esto ocurrió durante décadas en las que muchos progresistas fueron teóricamente persuadidos de que la clase era una categoría falta de significado y en las que las instituciones desde las que se había librado la lucha hasta entonces por cuenta de las clases trabajadores estuvieron bajo un ataque feroz. La primera lección que debemos aprender, por lo tanto, es que si algo parece lucha de clase y actúa como lucha de clase, tenemos que llamarla por lo que es. La masa de la población tiene que resignarse a la trayectoria histórica y geográfica definida por el abrumador poder de clase o responder en términos de clase.

Decirlo de esta manera no es deshacernos en nostalgia por alguna era dorada en la que el proletariado estaba en movimiento. Tampoco significa necesariamente (si alguna vez debiera haberlo hecho) que podamos apelar a alguna simple concepción del proletariado como el agente primordial (para no decir exclusivo) de la transformación histórica. No existe un campo proletario de fantasía utópica marxiana a la que podamos apelar. Señalar la necesidad e inevitabilidad de la lucha de clase no es decir que la forma en la que la clase está constituida es determinada o incluso determinable anticipadamente. Los movimientos de clase se hacen a sí mismos, aunque no bajo condiciones de su propia elección. Y el análisis muestra que esas condiciones están actualmente bifurcadas en movimientos alrededor de la reproducción expandida – en la que la explotación del trabajo salariado y las condiciones que definen el salario social son temas centrales – y los movimientos alrededor de la acumulación por desposeimiento – en los que todo desde las formas clásicas de acumulación primitiva mediante prácticas destructoras de culturas, historias, y entornos, hasta las depredaciones producidas por las formas contemporáneas del capital financiero constituye el centro de resistencia. El encuentro del vínculo orgánico entre esas diferentes corrientes de clase es una tarea teórica y práctica urgente. El análisis también muestra que esto tiene que ocurrir en una trayectoria histórico-geográfica de acumulación de capital que se basa en una creciente conectividad a través del espacio y del tiempo, pero marcada por acontecimientos geográficos disparejos cada vez más profundos. Esta desigualdad debe ser entendida como algo que es activamente producido y sostenido por procesos de acumulación de capital, no importa cuán importantes puedan ser las señales de residuos de configuraciones pasadas establecidas en el paisaje y en el mundo social. El análisis también destaca contradicciones explotables dentro de la agenda neoliberal. La brecha entre lo retórico (por el beneficio común) y la realización (por el beneficio de una pequeña clase gobernante) aumenta en el espacio y el tiempo, y los movimientos sociales han hecho mucho por concentrarse en esa brecha. La idea de que el mercado tenga que ver con una competencia honrada es negada cada vez más por la realidad del extraordinario monopolio, centralización e internacionalización por parte de los poderes corporativos y financieros. El alarmante aumento en las desigualdades de clase y regionales tanto dentro de los Estados (como en China, Rusia, India, México, y en Sudáfrica) así como a escala internacional, posa un serio problema política que ya no puede ser ocultado como algo transitorio en el camino al mundo neoliberal perfeccionado. El énfasis neoliberal en los derechos del individuo y el creciente uso autoritario del poder estatal para sostener el sistema se convierten en un punto álgido de discusión. Mientras más se reconoce que el neoliberalismo es un proyecto fracasado, si no insincero y utópico, que oculta la restauración del poder de clase, más se crea la base para un resurgimiento de movimientos de masas que expresen reivindicaciones políticas igualitarias, buscando justicia económica, comercio justo, y mayor seguridad y democratización económica.

Pero la naturaleza profundamente antidemocrática del neoliberalismo debería seguramente ser el principal centro de la lucha política. Instituciones con enorme influencia, como ser la Reserva Federal de EE.UU., están fuera de cualquier control democrático. Internacionalmente, la falta de una responsabilización elemental, para no hablar de control democrático, sobre instituciones como el FMI, la OMC, y el Banco Mundial, para no hablar del gran poder privado de las instituciones financieras, convierten en una burla cualquier preocupación verosímil por la democratización. Volver a presentar exigencias de gobierno democrático e igualdad y justicia económica, política y cultural no es sugerir algún retorno a un pasado dorado ya que los significados tienen que ser reinventados en cada instancia para encarar condiciones y potencialidades contemporáneas. El significado de la democracia en la Atenas de la antigüedad tiene poco que ver con los significados que le tenemos que conferir en la actualidad en circunstancias tan diversas como las prevalecientes en Sao Paulo, Johannesburgo, Shangai, Manila, San Francisco, Leeds, Estocolmo, y Lagos. Pero a través de todo el globo, de China, Brasil, Argentina, Taiwán, y Corea a Sudáfrica, Irán, India, y Egipto, y más allá de las naciones en apuros de Europa oriental hasta los centros del capitalismo contemporáneo, grupos y movimientos sociales se unen a reformas que expresan valores democráticos. Es un punto esencial de muchas de las luchas que emergen actualmente.

Mientras mejor reconozcan los movimientos más claramente opositores que su objetivo central tiene que ser enfrentar el poder de clase que ha sido tan efectivamente restaurado bajo la neoliberalización, mejor será la probabilidad de que tengan coherencia. Arrancar la máscara neoliberal y denunciar su retórica seductiva, utilizada tan apropiadamente para justificar y legitimar la restauración de ese poder, tendrá un papel importante en las luchas contemporáneas. A los neoliberales les costó muchos años establecer y realizar su marcha por las instituciones del capitalismo contemporáneo. La lucha que viene no será menor cuando presionamos en la dirección opuesta.

Notas

1. Vea el sitio en la Red: http://www.montpelerin.org/mpsabout.cfm.

2. G. W. Bush, “Securing Freedom’s Triumph,” New York Times, 11 de septiembre de 2002, p. A33. The National Security Strategy of the United State of America can be found on the Web site www.whitehouse.gov nsc/nss. See also G. W. Bush, “President Addresses the Nation in Prime Time Press Conference,” 13 de abril,

2004, http://www.whitehouse.gov/news/releases/2004/0420040413-20.html.

3. Matthew Arnold es citado en Robin Williams, Culture and Society, 1780-1850 (London: Chatto and Windus, 1958), 118.

4. Antonia Juhasz, “Ambitions of Empire: The Bush Administration Economic Plan for Iraq (and Beyond),” Left Turn Magazine 12 (February/March 2004): 27-32.

5. Thomas Crampton, “Iraqi Official Urges Caution on Imposing Free Market,” New York Times, 14 de octubre de 2003, p. C5.

6. Juan Gabriel Valdez, Pinochet’s Economists: The Chicago School in Chile (New York: Cambridge University Press, 1995).

7. Philip Armstrong, Andre Glynn, and John Harrison, Capitalism since World War II: The Making and Breaking of the Long Boom (Oxford, UK: Basil Blackwell, 1991).

8. Gerard Dumenil and Dominique Levy, “Neoliberal Dynamics: A New Phase?” (Manuscript, 2004), 4. Vea también: Task Force on Inequality and American Democracy, American Democracy in an Age of Rising Inequality (Washington, DC: American Political Science Association, 2004), 3.

9. Daniel Yergin and Joseph Stanislaw, The Commanding Heights: The Battle between Government and Marketplace That Is Remaking the Modern World (New York: Simon & Schuster, 1998).

10. Thomas Byrne Edsall, The New Politics of Inequality (New York: Norton, 1984); Jamie Court, Corporateering: How Corporate Power Steals Your Personal Freedom (New York: Tarcher Putnam, 2003); y Thomas Frank, What’s the Matter with Kansas: How Conservatives Won the Heart of America (New York, Metropolitan Books, 2004).

11. William K. Tabb, The Long Default: New York City and the Urban Fiscal Crisis (New York, Monthly Review Press, 1982); y Roger E. Alcaly and David Mermelstein, The Fiscal Crisis of American Cities (New York, Vintage, 1977).

12. Joseph Stiglitz, Globalization and Its Discontents (New York: Norton, 2002).

13. David Harvey, The New Imperialism (Oxford, Oxford University Press, 2003).

14. World Commission on the Social Dimension of Globalization, A Fair Globalization: Creating Opportunities for All (Geneva, Switzerland: International Labor Office, 2004).

15. Harvey, The New Imperialism, chap. 4.

16. Arundhati Roy, Power Politics (Cambridge, MA: South End Press, 2001).

17. Peter Dicken, Global Shift: Reshaping the Global Economic Map in the 21st Century, 4th ed. (New York: Guilford, 2003), chap. 13.

18. Robert Wade and Frank Veneroso, “The Asian Crisis: The High Debt Model versus the Wall Street- Treasury-IMF Complex,” New Left Review 228 (1998): 3-23.

19. Roy, Power Politics.

20. Barry K. Gills, ed., Globalization and the Politics of Resistance (New York: Palgrave, 2001); Ton Mertes, ed., A Movement of Movements (London: Verso, 2004); Walden Bello, Deglobalization: Ideas for a New World Economy (London: Zed Books, 2002); Ponna Wignaraja, ed., New Social Movements in the South: Empowering the People (London: Zed Books, 1993); and Jeremy Brecher, Tim Costello, and Brendan Smith, Globalization from Below: The Power of Solidarity (Cambridge, MA: South End Press, 2000).

21. Mertes, A Movement of Movements; and Walden Bello, Deglobalization: Ideas for a New World Economy (London, Zed Books, 2002).

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David Harvey es profesor distinguido en el Centro de Postgrado de la Universidad de la City University of New York. Es autor de varios libros, entre ellos: “A Brief History of Neoliberalism,” “ The New Imperialism,” “Spaces of Hope,” “ The Limits to Capital,” y “The Condition of Postmodernity.”
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