8 abr 2008

El Bombardeo

Alfredo Molano

Alfredo Molano viajó a la zona de frontera para conocer la versión del operativo en el que murió el jefe guerrillero, desde el punto de vista ecuatoriano.

“Al rato —añade el papá de Lucía— a mi hija le dieron ganas de ir al baño y le rogó a un soldado que le ayudara”. “Pues más bien cáguese ahí en sus pantalones”, le respondió el uniformado. Ella le confesó: “No, no puedo”. “¡¿Qué no puede?!.. ¿Acaso no es cagada meterse de terrorista?”, le reprochó el soldado, y añadió: “Le repito: identifíquese: nombre, cuerpo al que pertenece, arma que lleva”.

I. El coronel Pérez me esperaba en la escalerilla del avión que me llevó de Quito a la ciudad de Coca, capital de la provincia de Orellana, cumpliendo una orden dada por el general Narváez, quien me había respondido con un “afirmativo” que no dejaba dudas a mi solicitud de visitar “el lugar de los hechos” sucedidos el 1 de marzo a las cero horas y tantos minutos en las cercanías del caserío de Angostura, a orillas del río Putumayo, que marca el límite entre Ecuador y Colombia.

Muy diligente, el oficial se identificó y me invitó a conversar con su general en la oficina del comando de la Fuerza de Tarea Número Cuatro con jurisdicción sobre cuatro provincias: Sucumbíos, Orellana, Napo y Pastaza, donde vive medio millón de personas. El alto oficial es un hombre bajo, silencioso y tímido. Me ofreció al saludarme una botella con agua de limón.

“No podemos comenzar el video-beam —dijo disculpándose— hasta que no llegue la energía. Sucede a menudo”. Esperamos sentados en el “salón de crisis” sin cruzarnos palabra, hasta que regresó el coronel. Yo estaba ansioso; no tengo práctica en este tipo de silencios. Su entrada, un tanto intempestiva, me salvó de tener que preguntarle al general si la luz se había ido también el día del operativo, pues el hecho no fue registrado por los radares ecuatorianos.

La presentación del video fue larga y detallada, y sólo de pasada mostró uno de los cráteres hechos por las 10 bombas de 500 libras cada una que lanzó la Fuerza Aérea Colombiana. Se detuvo en los mapas que indican el sitio exacto de las 117 operaciones hechas contra el Frente 48 de las Farc en territorio ecuatoriano a lo largo de los ríos San Miguel y Putumayo y que, por lo regular, están a menos de un kilómetro de sus orillas.

Los campamentos —que no son exactamente bases— se levantan tan rápido como se montan y están localizados, según el mapa, en el mismo eje de colonización ribereña que los colombianos han ido abriendo, no sólo al oriente de los Andes sino también al occidente, hacia el Pacífico. Los militares ecuatorianos consideran que esta población, que llega a los 18.000 habitantes, constituye un “anillo de seguridad” donde operan las “redes de inteligencia” de las Farc.

Los puntos marcados como “bases desmanteladas” son, si mal no recuerdo, 150. Las fotografías muestran la destrucción de varios laboratorios para procesar la coca y un taller con un torno enorme y una no menos grande prensa hidráulica, usados, explicó el general —lo que hasta ese momento se había mantenido en silencio— para fabricar “morteros con sus municiones respectivas”.

La exposición se interrumpió cuando un subalterno comunicó a su general que el helicóptero estaba listo. Le agradecí al oficial la ayuda y le pedí que permitiera aterrizar en el sitio. Me respondió secamente: “el área no está asegurada, es peligroso”. Con cierto desasosiego me acomodé en el aparato, una pequeña burbuja que el viento mecía, minutos más tarde, a su antojo.

Bajo nuestros pies, el panorama era triste: los cultivos de palma africana y de soya devoran la selva que el ganado y la explotación petrolera dejaron en pie. Los asentamientos son escasos y sin embargo hay una extensa red de carreteras y trochas pavimentadas y lustrosas. En Colombia, en el departamento de Putumayo, sólo está pavimentada la vía Pitalito-Mocoa, unos pocos kilómetros entre esta capital y Puerto Asís y la estrecha carretera militar que une a Puerto Leguízamo con La Tagua.

A veinte minutos de vuelo avistamos el sitio del bombardeo. Desde lejos parece lo que los colonos llaman un “quemado” o una “tumba”. Me produjo cierto miedo observar el lugar e imaginarme el infierno vivido en esas dos hectáreas donde murieron 23 personas. Hoy hay una plataforma de aterrizaje y algunas áreas demarcadas con cintas amarillas. Está situado a un par de kilómetros del río Putumayo y a no más de 30 de Puerto Asís, en límites de una rastrojera de yarumos y la selva profunda.

Los pocos árboles que las bombas dejaron en pie tienen pocas ramas y pocas hojas; desde el aire se distinguen con claridad los huecos que dejaron las explosiones. Las bombas cayeron perpendiculares, porque fueron disparadas desde lejos por los aviones. Es decir, estos proyectiles mortíferos, conocidos como Paveway II, son guiados por una combinación de GPS y rayos láser y no tienen una trayectoria curva sino que recorren la distancia en forma paralela a la superficie de la tierra, para luego caer sobre el objetivo como meteoritos. Tecnología de punta.

El bombardeo comenzó después de medianoche. El gobierno de Uribe no se ha preocupado por demostrar que los proyectiles fueron lanzados desde territorio colombiano y menos aun desde los Kfir o desde los Tucanos, que posee la FAC. Es un hecho comprobado que los primeros no pueden hacerlo porque carecen de rayos láser y los segundos sólo podrían haberlo hecho llevando una sola bomba en su barriga, caso que hubiese necesitado la participación de una flotilla con 10 aparatos.

De todas maneras, la embajadora de E.U. en Ecuador niega que desde la base militar gringa de Manta haya levantado vuelo avión alguno a esas horas ese día. Manta juega un siniestro papel en esta crisis. Como se sabe, el presidente Correa se ha mostrado dispuesto a no renovar el contrato con E.U., que concluye el próximo año, lo que tiene irritado al Comando Sur. No parecería prudente que Ecuador asumiera las consecuencias de su negativa si no arregla el problema con Colombia. De suerte que el rompimiento de relaciones con su vecino le merma fuerza para sacar a los gringos de Manta. En geopolítica todo juega.

II. La madre de Lucía, la mexicana herida en el bombardeo, cuenta que su hija había llegado al campamento de Reyes la noche misma del ataque, que sucedió unas horas más tarde. No sólo no había hablado con él, sino que tampoco sabía de su presencia en el destacamento. Le habían dicho que descansara porque en la mañana tendrían los recién llegados —presumiblemente el grupo de mexicanos que habían entrado al Ecuador con todos sus papeles en regla vía Panamá— una entrevista con una “persona muy especial”.

La muchacha había estudiado en la UNAM Literatura y Arte y se inclinaba por el teatro alternativo. Frecuentaba también la Cátedra Bolivariana en el mismo claustro. Había visitado los campamentos del Subcomandante Marcos con la intención de escribir un guión para una obra de teatro y lo mismo quería hacer en Angostura. En Quito asistió a un Congreso Bolivariano de muchachos simpatizantes con la política de Chávez.

Aquella noche, Lucía se durmió pronto, tenía luxado un tobillo y estaba rendida. La despertó algo así como “si el mundo se derrumbara”. La noche se iluminó de repente y el estruendo de las bombas fue infernal. Trató de protegerse buscando a su ex novio, pero no pudo moverse más de un metro. Los gritos, los lamentos, las llamaradas se generalizaron. Después vivió un segundo bombardeo y a renglón seguido el ametrallamiento desde los helicópteros. Con el rabo del ojo vio cómo descendían por lazos las fuerzas colombianas.

Lucía asegura, como también lo sostiene el gobierno de Correa, que hubo tiros de fusil y por tanto se remató a algunos guerrilleros. Las autopsias lo dirán. (El coronel ecuatoriano que recogió los 23 cadáveres lo niega: “no hubo remates”, me dijo un poco burlón). Entre sombras le apuntaron a Lucía con una linterna: “Aquí hay una hembra”, gritó un soldado. Otro que se acercó le advirtió: “¡Colabórenos o se muere!”. Un tercero le susurro al oído: “Huyyy, mamita, ¿qué hacía sumercé por aquí?”.

“Al rato —añade el papá de Lucía— a mi hija le dieron ganas de ir al baño y le rogó a un soldado que le ayudara”. “Pues más bien cáguese ahí en sus pantalones”, le respondió el uniformado. Ella le confesó: “No, no puedo”. “¡¿Qué no puede?!.. ¿Acaso no es cagada meterse de terrorista?”, le reprochó el soldado, y añadió: “Le repito: identifíquese: nombre, cuerpo al que pertenece, arma que lleva”.

Lucía no podía responder y sólo balbuceaba: “soy civil, soy mexicana, estoy herida”. Después, oyó un grito: “Muchachos, vamos por la recompensa y por las condecoraciones”. El silencio se apoderó de lo que ya era un campo de muerte.

Anocheciendo llegaron las tropas ecuatorianas. Lucía se identificó y pidió agua. Llevaba varias horas sin probarla. Un soldado le preguntó si quería algo más y ella le contestó que sí, que se le quitara el miedo.

El campamento comenzó a heder a cadáver cuando al día siguiente el sol se levantó. Al mediodía fue llevada al Hospital Militar. El embajador de México se apareció dos días después. Sus padres temen por la seguridad de Lucía por ser considerada una testigo especial.

III. A las 8 a.m., Uribe llamó por teléfono a Correa: “Para informarte, Rafael —diría— que hay un tropelito en la frontera. Nuestros hombres fueron atacados por los terroristas, los enfrentamos como nos ordena la Constitución, pero resulta que cuando nuestras unidades tomaron ‘conciencia geodésica’ ya estaban del otro lado. Cosas de esta guerra que no da tregua. Todo bien. O.K”.

Correa no le dio mucha importancia a la información de su colega. Tenían buenas relaciones personales a pesar de las quejas ecuatorianas sobre el glifosato; no hacía mucho tiempo, Uribe había asistido al acto de apertura de la Asamblea Nacional Constituyente. Al fin y al cabo, aunque Colombia ha rechazado las persecuciones en caliente hechas por Venezuela en el Catatumbo, el derecho internacional las acepta.

Un par de horas después, Uribe repitió la llamada: “Para comentarte, Rafael, que 300 terroristas de las Farc rodean a nuestros muchachos, necesitamos actuar de consuno”. Correa debió inquietarse porque el gobierno siempre había objetado ese tipo de operativos conjuntos. “Nos informaremos”, respondió lacónico.

En ese momento dio la orden de movilizar un comando a la frontera para averiguar el caso. La Fuerza de Tarea Número Cuatro, acantonada en Coca, estaba a esa hora sana, es decir, nada sabía al respecto. Sus radares estaban fuera de servicio por una interrupción en el fluido eléctrico, lo mismo que sucedió el día que el Ejército colombiano atacó el caserío Yanamaru, en el lado ecuatoriano. Además, la Fuerza de Tarea no tenía helicópteros disponibles en ese momento. Total, sólo al mediodía salió un helicóptero de reconocimiento hacia Angostura.

El mando avistó a los colombianos que pocos minutos más tarde escribieron sobre una tela blanca la frecuencia de radio para comunicarse. El oficial ecuatoriano, capitán Andrade, pidió al mando colombiano que se identificara, informara la situación y que concretara la solicitud. Respondió el mayor Castellanos: “Somos del Jungla, grupo antinarcóticos de la Policía; tuvimos enfrentamiento con insurgentes”. El oficial Andrade le preguntó: “¿Se da cuenta de que están ustedes en territorio ecuatoriano?”. “Sí —respondió Castellanos—, estábamos en una misión importante. Ahora estamos rodeados, necesitamos apoyo para realizar coordinación de fuegos”. Preguntó Andrade: “¿Tienen heridos o bajas?”. Respondió Castellanos: “Ya fueron evacuados”.

Informado el alto mando ecuatoriano, dispone un apoyo con 64 hombres que fueron trasladados a la zona para iniciar una operación por tierra. Mientras se acercaban, captaron una comunicación entre colombianos: “Jungla necesita un halcón (o sea un helicóptero en lenguaje militar cifrado) pero no ingresen, un halcón ecuatoriano está en el área. ¡No entren, no entren!”.

A las 3 p.m., Castellanos vuelve a tomar contacto con la tropa de Ecuador e informa su situación. Los ecuatorianos le preguntan si hay heridos. “Afirmativo —responde Castellanos—, están estables con suero”. Y agrega: “Bueno, me voy, tengo baterías bajas”. Antes de cerrar la comunicación da las coordenadas para que los ecuatorianos los encuentren. “O.K. —responde el mando ecuatoriano—, en tres horas estamos allá”.

Correa ordena entonces que se proceda según la Cartilla de Seguridad que comparten ambos ejércitos y que prescribe, en casos como este, que las tropas invasoras entreguen sus armas a las autoridades del país invadido, a renglón seguido se aclaren las cosas y se levante un acta. Los extranjeros deben ser acompañados hasta la frontera, donde se les devuelven las armas. Es lo convenido.

No obstante, las coordenadas dadas por el mayor Castellanos son falsas y cuando los ecuatorianos llegan al sitio de encuentro “los colombianos se han exfiltrado”. Correa es informado: fue un operativo nocturno de sur a norte, los guerrilleros estaban durmiendo, hay tres heridos y por lo menos tres más han sido rematados. Hay 21 cadáveres.

Las características del ataque enfurecen a Correa, quien denuncia con vehemencia la invasión a Ecuador por parte de Colombia. Correa se siente timado por Uribe. El Gobierno colombiano había planeado al milímetro el operativo, al punto que lo suspendió mientras las Farc entregaban a Venezuela el grupo de los cinco secuestrados el 28 de febrero. Para el alto gobierno ecuatoriano fue una celada que ha dejado herido al pueblo y deshonrado a su ejército.

IV. Ecuador, Panamá y Venezuela siempre han temido el desborde del conflicto armado colombiano. También, aunque en menor grado, Brasil y Perú. Al ritmo y medida en que nuestra pelea se agrava, se compromete la seguridad de nuestros vecinos. La historia de eventos violentos, no sólo de la guerrilla sino también de los paramilitares y de las Fuerzas Armadas, es larga. El gobierno colombiano ha sospechado siempre y acusado algunas veces a Venezuela y a Ecuador de servir de retaguardia a la insurgencia.

En junio de 2005 el presidente Uribe afirmó que las guerrillas que atacaron al Ejército en Teteyé, Putumayo —frente a Angostura—, causándole 25 bajas, habían salido del Ecuador. Cuatro meses después, su jefe del DAS, doctor Noguera —subjúdice hoy—, dijo que la bazuca con que se había realizado el atentado contra el senador Vargas Lleras había sido fabricada en Ecuador. En repetidas ocasiones el gobierno del Ecuador ha protestado contra los efectos de las fumigaciones de cocales en la frontera, al punto que hoy ha interpuesto una demanda en la Corte Internacional de La Haya. El ministro de Defensa ecuatoriano creó un gran revuelo cuando declaró a la prensa que Ecuador limitaba al norte con las Farc. El deterioro de las relaciones binacionales era pues evidente en los días anteriores al bombardeo.

En la zona de Lago Agrio —donde hace un año recogí testimonios de campesinos en el caserío de Metansa sobre las fumigaciones en territorio ecuatoriano y tomé fotos de cultivos quemados—, la gente recuerda el caso de los llamados “Guerrilleros de Finca”, ocho campesinos acusados por el ejército ecuatoriano en 1993 de haber colaborado con la matanza de 11 uniformados y que estuvieron presos tres años; y con mayor dolor, tiene presente el Caso Yanamaru, un pueblito a orillas del río San Miguel ametrallado por el Ejército colombiano la noche del 7 de noviembre pasado.

Después de la muerte de Raúl Reyes pocas dudas caben sobre la presencia de las Farc en Ecuador y por tanto su implicación en el conflicto interno colombiano. Fernando Bustamante, ministro de Gobierno hoy, ha dicho que las Farc han tenido una asidua presencia en el territorio ecuatoriano. Hace cuatro años, como académico, escribió que Ecuador había evitado hacer parte de una “guerra ajena” absteniéndose “de perseguir o atacar a las guerrillas en territorio propio, a cambio del tácito compromiso de éstas de entrar al país en son de paz”.

La relativa neutralidad que forzosamente el Ecuador ha guardado, pese a las presiones norteamericanas y a las que sin duda ha ejercido el Ministerio de Defensa colombiano, ha sido rota. Juan Manuel Santos, quien visitó hace poco a Quito en son de paz, insistió en la urgencia de que Ecuador no sólo colaborara en el intercambio de información de inteligencia, sino que diera un paso más compartiendo operativos militares, a lo que el gobierno ecuatoriano se negó en redondo.

Por eso no es una fantasía pensar que el bombardeo en Angostura tenía como objetivo, además de liquidar a Reyes y apoderarse de sus computadores, empujar al Ecuador a hacer parte de nuestra guerra. Hoy por hoy esta tesis es moneda corriente. Más aún, altos funcionarios del Gobierno no desdeñan la posibilidad de un nuevo operativo de las Fuerzas Armadas colombianas en territorio ecuatoriano.


Fuente: www.elespectador.com
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Los anarquistas llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones, ese mundo esta creciendo en este instante -Durruti-