14 abr 2008

Universidad y Revolución

Okupache

Daniel M.

"Una estrategia que parta de la comprensión del carácter decadente del sistema capitalista actual, no puede orientar las luchas hacia la defensa de la institución estatal (“defensa de la Universidad pública”), ni a la pelea por la reforma inútil -e impracticable- de dichas instituciones, pretendiendo que los procesos educativos que de estas se derivan se puedan orientar a favor “del pueblo”, mucho menos a favor de la clase proletaria."

UNIVERSIDAD Y REVOLUCIÓN

Daniel M.

“Eso de ‘educación popular a cargo del Estado’ es absolutamente inadmisible. Una cosa es determinar por medio de una ley general, los recursos de las escuelas públicas, las condiciones de capacidad del personal docente, las materias de enseñanza, etc…y otra cosa completamente distinta es nombrar el estado educador del pueblo” K. Marx en Glosas Marginales al Programa del Partido Obrero Alemán (Crítica al Programa de Gotha). Ediciones en lenguas extranjeras. Pekín 1979.

Partiendo de una rigurosa perspectiva estructural- marxista, podemos decir que las universidades forman parte de los “aparatos ideológicos del estado” en tal caso, toda lucha que se entienda dentro del marco de la emancipación proletaria, debiera apostar a la desaparición futura de aquellas, como parte del andamiaje estatal de la sociedad burguesa a destruir.
Este planteamiento programático, que pudiera calificarse de maximalista, no será bien comprendido si no se contextualiza antes el papel que las instituciones juegan en la fundamentación ideológica del sistema extractor de plusvalía. Del mismo modo que pudiera erróneamente concebirse al conjunto del Estado como un instrumento neutro susceptible de ser utilizado para fines distintos que los de organizar, proteger y ejecutar la dominación política de la clase en el poder.
Quien piense de este modo, es decir, quien actúe creyendo que puede utilizar la maquinaria estatal para fines distintos a los determinados por la propia formación económica y su modo de producción que todo lo subsume, creerá fácilmente que las universidades, (y las instituciones educativas en general) pueden ser utilizadas como instrumentos de la lucha emancipadora.
Surge así el mito de la “educación popular”. Esta idea es descrita no como proceso de desarrollo didáctico de la conciencia de la clase proletaria. Dado que dicho proceso únicamente puede desarrollarse en los espacios contrainstitucionales abiertos como fracturas sobre el edificio del sistema al fragor de la propia lucha de clases. Por el contrario, se trata de un discurso que deriva de la mera mistificación del propio proceso de dicha lucha. En esta mistificación, donde la relación de mutua complementaridad pueblo-Estado aparece como base del discurso ideológico, se omite por grosera ignorancia o por perversa orientación, el doble antagonismo irreconciliable entre posesores y desposeídos (capital-trabajo) y dominados-dominadores (sociedad-estado).
No es casual que sea precisamente la izquierda del capital, la principal interesada en levantar la bandera de la “educación popular”, interesada como está en desarmar cualquier intento de comprensión (y subversión) de la sociedad burguesa, sociedad escindida hasta lo irremediable.
Así, todos los proyectos de “Educación Popular”, “poder popular”, “economía popular”, etc, se someten irremediablemente a la lógica reproductora de la dominación, precisamente porque se niegan a reconocer la existencia de esta. Y esto vale tanto para aquellos que hacen del reclamo ante las instituciones su estrategia, como para aquellos que se plantean supuestamente más radicales apostando a conquistar algún grado de cogestión de las mismas (1) (“Universidades Rojas”) , o a desarrollar proyectos de autogestión dejando intacta la base superestructural de por sí alienante, es decir manteniendo el carácter actual de sujeción de las fuerzas productivas en lugar de llevarlas al estallido anti- sistémico.
Desde una perspectiva revolucionaria, no cabe ninguna de dichas posibilidades. Una estrategia que parta de la comprensión del carácter decadente del sistema capitalista actual, no puede orientar las luchas hacia la defensa de la institución estatal (“defensa de la Universidad pública”), ni a la pelea por la reforma inútil -e impracticable- de dichas instituciones, pretendiendo que los procesos educativos que de estas se derivan se puedan orientar a favor “del pueblo”, mucho menos a favor de la clase proletaria.
De este modo, las luchas en pro de la educación para los explotados, solo pueden concebirse como parte de la pelea por la defensa de sus propias condiciones de vida en tanto que clase, y la táctica que de estas se derive, deberá estar en función de profundizar la ruptura bajo la estrategia de la lucha de clases. La lucha por la educación gratuita, por planes de estudio progresistas, becas, ampliación de la matrícula, etc., sólo será útil al proletariado en la medida en que tal lucha no tienda a fortalecer la propia institucionalidad burguesa, sino, por el contrario, se oriente a desenmascarar el carácter “democrático” de la educación controlada por el Estado, poniendo al descubierto su esencia como recurso reproductor de la dominación y de la propia sociedad de clases.
En el mismo sentido, las luchas de los trabajadores adscritos al aparato educativo burgués (que no popular), deberán orientarse a la defensa y consecución de sus demandas como clase, y no perderse en la defensa de la “institución pública”, trampa terrible a la que seguramente los tratarán de llevar los sindicatos. Los sindicatos universitarios, como todos los demás, tienen en primer lugar la tarea de defenderse a si mismos en tanto aparatos de una burocracia autoempoderada. En segundo lugar, defender los intereses del patrón, y para esto no dudarán en defender a la “institución” como perros rabiosos (2) , aunque para ello se enfrenten a los trabajadores, del mismo modo que los sindicatos fabriles defienden “la fuente de trabajo”. Con ello tendrán un pretexto para la claudicación en las luchas, para la negociación y la tranza. Pero al hacerlo, no hacen sino evidenciar su identidad como enemigos de la clase obrera, y velar por la forma de propiedad privada capitalista, que prima incluso sobre los medios de la producción intelectual, técnica y científica, al tiempo que mantienen aseguradas las ataduras de los trabajadores al engranaje del capital.
La lucha de clases se desarrolla en todos los ámbitos -estructurales y superestructurales- de la formación social capitalista. Pero el interés del proletariado no es eternizar ni reformar dicha base, sino subvertirla, echarla abajo. Tal subversión solo puede partir del propio ámbito de la conciencia proletaria, pues solo desde ahí (y no dentro del cerco fetichista- ideológico, ya sea bajo la identidad de la institución estatal o la del partido tradicional) los trabajadores pueden actuar sin ataduras y en función del porvenir. Dicha acción no se fundamenta en ideales sino en la propia realidad que lo posibilita.
La socialización del conocimiento, el acceso colectivo al arte, a la técnica y a los recursos de la ciencia solo serán posibles instaurando una sociedad en la que a cada quien se dé según sus necesidades y no según su trabajo.
Esta es la sociedad comunista, por la que hoy peleamos.

(1)Tal es el caso del experimento realizado en la
Universidad Autónoma de Guerrero en los años 70’s del siglo pasado, cuyo rector José Enrique González Ruiz, hoy es un oficioso servidor del perredismo.
(2) Esto se vio claramente en la recién derrotada huelga de los trabajadores de la Universidad Autónoma Metropolítana, donde uno de los argumentos finales del sindicato para obligar a los trabajadores a levantar su protesta, era que debería ante todo protegerse a la institución.
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Los anarquistas llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones, ese mundo esta creciendo en este instante -Durruti-