28 may 2008

De terroristas… a juniors de la revolución

Lydiette Carrión - Kaos en la Red

Kaos en la Red

"Esta es la primera y única entrevista entrevista que han dado los hermanos Cerezo en prisión"

El penal de Atlacholoaya, en Morelos, es conocido como el “cereso de los rojos”. A diferencia de otras cárceles, la gente que visita a sus presos debe vestir playeras rojas o rosas. Este domingo, desde las ocho de la mañana, hay una larga fila colorada de hombres y mujeres cargando comida.

Aquí se encuentran Antonio y Héctor Cerezo Contreras, quienes fueron acusados, en agosto de 2001, de haber hecho estallar petardos en dos sucursales de Banamex.

En ese entonces detuvieron sin orden de aprehensión, torturaron y desaparecieron durante 12 horas a Max Galicia (que sería exonerado un año después), Alejandro Cerezo (exonerado tres años después), el señor Pablo Alvarado, (condenado a cinco años de prisión, actualmente libre), y Héctor y Antonio Cerezo.

Se desecharon los cargos de los petardos. Los hermanos fueron condenados a siete años y medio por las siguientes pruebas: en su domicilio se halló material subversivo (panfletos, libros marxistas) y armas de fuego: cuetes y un fusil de la revolución mexicana.

Se ha difundido que los hermanos Cerezo Contreras están en la cárcel más por ser hijos de Tiburcio Cruz y Florencia Canseco, líderes fundadores del EPR, que por su culpabilidad. Ellos no afirman ni niegan esta herencia. Sólo dicen que, si es cierto, entonces son “rehenes del Estado”, en una guerra que no es la suya.

La visita fue reproducida con la memoria y apuntes. No hubo grabadora.

Antonio se ve delgado. Sigue un poco pálido por los años de reclusión en Almoloya. Se ve feliz. Pero no se hace ilusiones de su ya cercana liberación. Hasta que no esté en la calle no lo dará por sentado.

MORELOS, UN JARDÍN

Las muchachas que visitan a Antonio llevan ensalada, picadillo, pastel de chocolate, previamente rebanado, para que pase la inspección de los custodios. Pero Antonio y Héctor no reciben a sus visitas en el patio, como todos los demás presos. La administración carcelaria designa a cada uno un cubículo en el Centro de Observación y Clasificación (COC). Ahí, se preparan para comer, sabiéndose siempre vigilados.

Durante la mayor parte de su sentencia, Antonio y Héctor estuvieron en el penal del Altiplano. También pasaron unos meses en Puente Grande y Matamoros. Héctor fue trasladado a Morelos en diciembre de 2007. Antonio en marzo pasado.

En comparación con el Altiplano, la cárcel morelense es “un jardín”. Tienen derecho a visitas semanales de familiares y amigos, llamadas telefónicas, puede salir de su celda, hablar con otros presos, trabajar, leer.

En el Altiplano, después del asesinato de El Pollo en diciembre de 2004, el trabajo y los talleres de “rehabilitación”, como música o pintura, fueron suspendidos.

Héctor y Antonio fueron parte del grupo de más de sesenta presos que fueron trasladados a otros penales de máxima seguridad. Héctor fue trasladado a Puente Grande y Antonio a Matamoros.

En ese entonces, Matamoros era “el hoyo negro” del sistema penitenciario, por la constante violación a los derechos humanos, por las condiciones de vida cotidiana, que denunciaban los familiares.

Pero, explica Antonio, cuando regresó al Altiplano, Almoloya era incluso peor que Matamoros. Era simplemente peor. Y eso ya era mucho.

Los presos pasaban alrededor de 23 horas en sus celdas. Salían 20 minutos al patio, tenían 10 minutos para ingerir sus alimentos. En los últimos meses, explica Antonio, comenzaron a relajar un poco las reglas, porque algunos internos se empezaron a suicidar.

En ese entonces, a principios de 2005, cuando fueron trasladados, los Cerezo Contreras fueron acusados de asesorar narcotraficantes. Antonio se ríe. Ya no saben ni qué inventarnos. En 2001, éramos terroristas. Después, asesores de narcos. Como no pudieron probar nada de eso, ahora somos “juniors de la revolución”.

LOS JUNIORS, AMENAZADOS DE MUERTE

El día 22 de abril, en medio del escándalo de los dos eperristas desaparecidos, el Comité Cerezo (formado por los hermanos en libertad de Héctor y Antonio) recibió un correo electrónico anónimo: una amenaza de muerte de cuatro cuartillas, relacionada con los desaparecidos.

Estaba redactada en forma de “interrogatorio” a Gabriel Cruz (quien, de acuerdo con filtraciones sería hermano de Tiburcio Cruz). Mientras él es interrogado o torturado, comienza a decir que los hermanos Cerezo Contreras no son guerrilleros, pero son unos juniors de la revolución.

Antonio y sus amigas se burlan de forma amarga. Valiente junior: seis años en la cárcel. ¿Y los coches, las escuelas privadas? Para Antonio, esta amenaza en perversa: “No somos los terroristas que decían que éramos, menos podríamos tener tratos con el narco y tampoco fuimos juniors o somos juniors venidos a menos. ¿Qué somos entonces?”, cuestiona en una carta.

Antonio come con ganas. Bromea, se ríe mucho. Ha construido unos joyeros de madera pintados de rosa, para venderlos. Las manijas de los cajoncitos son pequeños corazones. Lleva flores pintadas. “Dicen mis hermanos que soy la vergüenza de los terroristas internacionales”. Juguetes para niñas.

Hace dos joyeritos por semana. El resto de su tiempo lo dedica a leer y escribir. Se ha dado por vencido en pintar, porque dice que no lo hace muy bien. Héctor es el talentoso en la pintura.

Se mantiene informado. Explica que en el Altiplano, como no podía leer las noticias, se la pasaba escuchando la radio todo el día. Está informado.

Comenta las noticias. El tema ineludible: los dos desaparecidos del EPR. Ahora, la prensa local inclusive está relacionando el asesinato del policía Alejandro Barrita con el caso de los desaparecidos. Dicen, algunos, que el mando policial fue asesinado por las propias autoridades, para silenciar lo que sabía respecto a la desaparición forzada.

— Pero se me hace demasiado truculento, ¿no?—advierto, dudosa.
— No crees que la verdad es demasiado truculenta?—revira.
— no sé. Se me hace… demasiado…
— Mira—su voz se vuelve diferente. Su voz revela otro aspecto de su personalidad: ágil en la mente. Agudo—No sé aquí. Pero en Almoloya, casi el 60 por ciento de los presos habían sido policías municipales, estatales o federales. Habían torturado y habían matado. En algún momento alguien los traicionó. Fueron apresados por sus propios compañeros. Fueron, muchos, torturados. La verdad, la realidad, a veces, es así: truculenta.

Dan las tres de la tarde. La visita se termina. Ahora las filas coloradas dejan el penal.
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Un revolucionario es, sobre todo, un humanista, alguien que apuesta al libre desarrollo de la personalidad, y que reconoce en la revolución el medio para construir las condiciones de la libertad.