25 may 2008

Fascismo, antifascismo, lucha de clases y capital.

Gustavo Roig


Se da entre nosotros una tendencia preocupante y simplificadora que tiene por costumbre etiquetar todos los rasgos característicos y repugnantes del capitalismo como “manifestaciones de fascismo contemporáneo”. Si la policía mata o si se cierra un periódico, estamos “ante una evidencia clara” de la “herencia franquista” del régimen. Si salta un nuevo caso de torturas en comisaría, saltan también todos nuestros resortes simplificadores: “fascistas!!!”. Este radicalismo verbal sobre el que se levanta el sucedáneo de proyecto político de una buena parte del antifascismo contemporáneo, hace un flaco favor al verdadero proyecto “radical”, es decir, revolucionario. Y lo hace porque favorece una conclusión reformista acerca del capitalismo y sus formatos políticos: la posibilidad de una verdadera democracia burguesa “no contaminada” por “prácticas fascistas”, la posibilidad de dar con un formato político democrático para el capitalismo, una “auténtica” democracia burguesa.

Si asumimos como un lugar común que el fascismo ha sido históricamente un régimen de excepción en procesos de intensificación de la lucha de clases y en escenarios de crisis política ¿a cuento de qué el empeño por caracterizar como fascistoide este páramo de lo político en el que vivimos, esta coyuntura histórica caracterizada precisamente por la pérdida generalizada de conciencia de clase, la desmovilización y la desaceleración escandalosa del combate y la conflictividad político-social?

No deberíamos limitar nuestra idea del fascismo como fenómeno político y como movimiento social a la simple existencia o activismo de las bandas fascistas (incluso más reducidas y más aisladas socialmente que nosotros). Tampoco sería del todo apropiado concluir que el hecho de que una organización neopopulista entre en un gobierno de coalición de derechas signifique que el fascismo ha llegado al poder. No por ello vamos a dejar de preocuparnos por la persistencia y el crecimiento de expresiones políticas colectivas, organizaciones y partidos de corte ultraconservador o neofascista que en las últimos 10 años se han hecho un espacio nada despreciable en la escena política convencional europea. Pero ¿hasta qué punto podemos comparar esto con el fascismo de los años 30? ¿Significa ésto que estamos inmersos en un proceso de fascistización o es que simplemente nos encontramos con “actores políticos” funcionales en el sistema de partidos y la dinámica electoral? Si ya es un lugar común defender que el fascio surgió como respuesta a la amenaza revolucionaria ¿sobre qué amenaza de desestabilización subversiva trabaja a día de hoy? ¿De qué magnitud y naturaleza debería ser la alteración del formato político del capitalismo posmoderno para que se vea en la necesidad de “encargar” al fascismo la gestión de un supuesto escenario de crisis?

Esquemas para una interpretación de atrás hacia delante

Para determinar qué elementos de la realidad contemporánea coinciden con los que hicieron posible el fascismo en los años treinta, deberíamos dejar de hablar un poco de la socorrida crisis económica (y dejar de parecernos a la COPE) y centrarnos en cuestiones más básicas, es decir más fundamentales, que hayan podido caracterizar el proceso histórico que llevó al poder al fascismo y el que vivimos a día de hoy.

Nicos Poulantzas publica en 1970 un libro ya clásico sobre el tema: Fascismo y Dictadura. Escrito en los últimos 60 con tres dictaduras militares activas en Europa (Grecia, España y Portugal) y en el momento inmediatamente previo al inicio del ciclo de golpes militares latinoamericanos. El texto organiza de esta manera los elementos presentes en el proceso histórico que condujo al fascismo al poder en Alemania y en Italia en los años 20 y 30:

– agotamiento de la experiencia política liberal.

– agotamiento de la experiencia económica liberal, mutación hacia el capitalismo monopolista, el imperialismo belicista y expansivo

– intensificación de la lucha de clases polarizada entre el bloque de poder hegemónico y la clase obrera.

– radicalización ideológica de la burguesía y combate político dentro del bloque de poder hegemónico

– crisis política y crisis institucional

¿Cuánto de esto hay hoy entre nosotros? ¿En qué medida se da? ¿En qué medida coincide con la necesidad de cambio y crisis en lo económico y en lo político que se reclama desde las elites del nuevo capitalismo global? Aquí, en nuestro Estado ¿en qué medida encontramos elementos del modelo explicativo de Poulantzas? Qué papel juega hoy la lucha de clases (tal como la imaginamos en el pasado en relación a cómo la vivimos y la percibimos hoy) en el escenario de cambio que nos dibuja el capital en su estrategia de guerra global contra el “terror” y en su apuesta decidida por cambiar las reglas del juego en lo político, en lo ideológico y lo económico. Dónde se sitúa en este momento la clase obrera y qué papel desempeñaría si intentásemos aplicar un modelo similar a este para explicarnos un supuesto proceso de fascistización a día de hoy.

Que venga la crisis y nos salve!!

Otra cuestión a tener presente es que en este modelo ya clásico no aparece la crisis económica más que como decorado. El fascismo, o, si se quiere, los procesos sólidos de derechización reaccionaria de sectores muy amplios de la sociedad, no son hijos de la coyuntura aunque, como todo en esta vida, sólo son efectivamente posibles en un momento histórico preciso. Lo que hace posible un fenómeno social no es la exclusividad del presente. La realidad social se da en el presente como expresión de procesos que vienen de atrás y se conforman en la historia. No cristalizan en el imaginario colectivo como parte de una experiencia inmediata, aunque la percepción personal y el sentido común así lo sientan. Se sitúan más bien en la onda larga de los procesos estructurales (diría Poulantzas junto a Althusser) o en la dialéctica de la lucha de clases y de la historia (diría Gramci desde la cárcel).

Explicar el fascismo pasado desde la inmediatez de lo económico (economicismo) o conferirle a la “crisis económica que nos acecha” la responsabilidad de posibles comportamientos políticos colectivos en el futuro no aporta grandes elementos de juicio sobre la naturaleza profunda del capitalismo que hace tiempo ha demostrado su capacidad y eficiencia para integrar la crisis como un mecanismo de regeneración y fortalecimiento continuo. En las últimas semanas se oye en charlas y conferencias “antifascistas” que “la crisis que ya todos sabemos, se avecina” puede intensificar la conflictividad y con ello “hacer del fascismo como alternativa viable” para la contención de “la lucha”. Incluso algunos sectores de la clase obrera y la juventud “podrían sentirse atraídos” por las proclamas fascistas de forma que, mecánicamente y en una relación causa-efecto muy simple, nos encontraríamos en breve con “un problema serio sobre la mesa”. De la misma manera que la COPE deposita sus esperanzas en “la crisis” para desgastar al gobierno, desde algún sector del antifascismo se piensa que crisis y revolución son un continuo inevitable y que la amenaza revolucionaria (como en los años 30) hace real la amenaza de “el fascismo”.

Por cuestiones de espacio y de tiempo no voy a desarrollar en este texto mi punto de vista sobre esta cuestión de la crisis. Planteo este tema y su relación mecánica con la fascistización desde el escepticismo y la duda. El fascismo es algo mucho más serio que una escalada de agresiones ultraderechistas o el coqueteo del neopopulismo con las instituciones y el juego electoral.

Radicalización ideológica de la derecha

Lo más parecido al fascismo de los años 30 que se da en este momento no creo que vayamos a localizarlo en las grupúsculos neofascistas, sino en los diseños sociales de FAES, en la actividad frenética de los think tank neoconservadores y también socialdemócratas que llevan años preparando ideológicamente a las elites políticas de todo el mundo en una reedición del pensamiento político reaccionaria adaptada a las necesidades de un capitalismo global, flexible y deslocalizado que recurre al estado-nación para disciplinar al conjunto de la sociedad.

En ese cruce de planos entre lo global y lo estatal vamos a padecer el rigor de la democracia burguesa gracias a la eliminación sistemática de derechos consagrados como universales en 1789 por la propia burguesía, la generalización cada vez mas evidente de la violencia, la coacción como herramienta de contención política y la ofensiva contra nuestros mitos y nuestra cultura resistente desde las agencias comunicativas o desde la industria cultural. Lo más plausible y lo más parecido al fascismo es este escenario con el que se pretende debilitar la resistencia organizada y colectiva a los planes de refundación burguesa puestos en marcha en la última década.

Es evidente que en el capitalismo contemporáneo se está dando un proceso de derechización ideológica radical entre las elites políticas de una naturaleza tal que no hemos conocido desde los años 30. Aparece con evidencia en la filosofía de “guerra preventiva” contra el terror, la doctrina Parot, la Ley de Partidos, los asesinatos “selectivos” por Israel. También en los intentos de banalización y desmantelamiento de lo público, el cuestionamiento generalizado de derechos básicos adquiridos y naturalizados por la clase obrera en últimos 100 años, o en la revisión histórica sobre procesos, hitos y acontecimientos cuya carga simbólica cristalizó durante mucho tiempo valores propios de la cultura y las políticas resistentes en el imaginario popular: la revolución francesa, la guerra civil, el holocausto, mayo del 68, el comunismo, la revolución o la lucha armada que salpicó al planeta entero en los 70. Es una nueva disciplina política. Parte de un nuevo status mental y cultural que baja desde el poder y sus elites y queda muy bien reflejado en la tesis del “capitalismo del desastre” y “la doctrina del shock” que defiende Naomi Klein en su último trabajo (La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre).

Se están redefiniendo las reglas del juego político moderno para colocarnos en un escenario político y moral nuevo en el que incluso se relativizan valores que la burguesía había acuñado como universales. Los derechos humanos hace tiempo que desaparecieron en Guantánamo, en Buenos Aires y en Intxaurrondo. Ahora la ofensiva es general contra cuestiones tan burguesamente elementales como la opinión, la comunicación, el domicilio e incluso la propiedad. Conceptos que el liberalismo y la socialdemocracia mantuvieron como sagrados durante décadas se los está llevando el viento de la tormenta neocon apenas ha echado a andar el nuevo siglo.

Como vemos en el viejo modelo de Poulantzas la radicalización ideológica burguesa es un elemento presente en los años previos al triunfo del fascismo europeo. De la misma manera, esta radicalización se da en medio de un proceso más amplio de transición dentro del modo de producción. En su momento el modelo prácticamente teórico del liberalismo económico se quebraba frente a las necesidad de movilización general del estado y la sociedad que imponía la nueva hegemonía del capital monopolista, el mismo que había acabado con la libre competencia entre burgueses, ése que había dado lugar a la fusión del capital financiero e industrial y que se impuso la necesidad de globalizar su poder económico mediante la expansión imperialista y la guerra total. Leyendo a Naomi Klein se nos viene a la cabeza todo esto. La abrumadora cantidad de datos que aporta en su último trabajo nos ponen sobre aviso respecto a un proceso dual en que se teoriza y ponen en práctica políticas que atentan directamente contra los valores tradicionales del que fuera su propio corpus político como una necesidad vital para el despliegue del nuevo modelo de expansión y dominio imperial.

La privatización del ejército que emprendió Donald Rumsfeld (que entra en colisión con la propia constitución americana), la “patentización de la vida” y la desarticulación de lo público sobre un archipiélago empresarial, es parte de un conjunto de medidas fríamente calculadas. Forman parte del mismo paquete en que se dignifica ideológicamente la tortura, el asesinato, la desaparición y la guerra preventiva, el control masivo de las comunicaciones del conjunto de la población, la reclusión a perpetuidad sin juicio previo y el desarrollo de una nueva tecnología de lager para el sometimiento del nuevo enemigo, el terrorista, que se convierte en la pieza intercambiable respecto al icono del judío comunista que encabezaba las categorías de peligrosidad social del fascismo del siglo XX.

Perspectivas de la lucha antifascista en un contexto neoliberal

Tal como he presentado la cosa hasta el momento, daría la impresión de que queda poco espacio para el análisis de las bandas fascistas y su peligro real. Realmente lo que quería exponer es que el tema del fascismo o mejor dicho, un posible proceso posmoderno de fascistización no se detiene centrándonos en un único tema que además poco tiene que ver con el tema central, que es la enésima mutación del capitalismo hacia modelos de dominación global cada vez mas despiadados.

Poco puedo aportar a lo que han dicho ya los compañeros del Grupo Ruptura en relación a la clasificación de las familias, estrategias y expresiones de neofascismo y neopopulismo en Europa hoy, salvo añadir que la práctica militante del antifascismo, que incluye el enfrentamiento, el acoso a las bandas neofascistas, la denuncia y la movilización frente a los experimentos legales y electorales de neopopulismo, no puede quedar en manos de organizaciones que en la práctica se profesionalizan en esta tarea convirtiéndose en una especie de servicio de seguridad de los movimientos sociales anticapitalistas (MSA). El antifascismo debe ser transversal en nuestro entorno político y para que eso sea así se deben dar dos condiciones que se retroalimentan: la primera es que los colectivos no deleguen en las organizaciones antifascistas y lo segundo es que estas no vivan el antifascismo como un patrimonio que incluye temas, lemas, agenda, espacios y otras cosa mucho peores.

En el sentido de la necesaria autogestión de la práctica política antinazi por parte de los MSA en Madrid, es evidente que se han dado pasos muy importantes, como son la constitución de Madrid Antifascista y la defensa activa del barrio de Lavapiés el 29 de febrero. Sobre este tema que afecta al interior del movimiento y los movimientos preferiría posicionarme de manera presencial. Desgraciadamente un texto de este tipo en internet suele dar muy mal resultado si lo que pretende es favorecer un debate serio desde el respeto y la voluntad de crecimiento político colectivo. Por eso he limitado este trabajo a los aspectos más “teóricos” de lo que me gustaría exponer el sábado.

Ponencia de Gustavo, Nodo50

Fuente: Klinamen


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Un revolucionario es, sobre todo, un humanista, alguien que apuesta al libre desarrollo de la personalidad, y que reconoce en la revolución el medio para construir las condiciones de la libertad.