13 may 2008

La Lucha en Defensa de PEMEX Más Allá del Nacionalismo

Machetearte

Debate Sobre el Petróleo (V)

Por Alfredo Velarde

Mientras se avanza en la organización de los acartonados formatos para un debate que se presume “nacional” , pero que pretende acotarse a la insulsa y trivial partidocracia , como si en los partidos políticos se resumiera la compleja composición y esencia plural de la nación , debe llamarnos poderosamente la atención que, el verdadero debate contra la reaccionaria iniciativa privatizadora del gobierno neoliberal-tecnocrático de Felipe Calderón en contra de PEMEX , se esté dando ya en la UNAM .

No debe sorprendernos, por eso, la embestida que desde la más grotesca intolerancia contrainsurgente del poder y sus adictos, se halla montado mediáticamente una feroz campaña de desprestigio contra la más importante institución académica, artística y cultural de México, como si fuese una “fábrica de terroristas” , en el absurdo colmo de un reduccionismo conservador casi anencefálico .

Afirmo lo anterior, a partir de la saludable lectura que invito a compartir del, en mi opinión, uno de los mejores textos de razonamiento alusivo a lo que hoy se juega con la ofensiva privatizadora y cuyo título es “Definiciones y preguntas en la defensa de PEMEX” , de Adolfo Gilly ( La Jornada , 9-V-08), conteniendo la conferencia que el académico de origen argentino y nacionalizado mexicano dictara, junto con Pablo González Casanova, Horacio Cerrutti y Ricardo Melgar , el pasado 8 de mayo en la FCPyS . Lamento no haber podido asistir, pero el texto de Gilly me pareció extraordinario y clave.

El centro esencial que gobierna los motivos de la exposición, en su corazón, describe muy bien la monumental operación de despojo que se pretende perpetrar y que, una vez materializada , no dejará sino un porvenir de quiebra para eso que todavía hoy se llama México . No pretende decir qué hacer , sino qué se juega en la actual confrontación. Contiene, por eso, más que respuestas , preguntas torales que en el ejercicio colectivo de su reflexión para responderlas, permite entender por qué la defensa de PEMEX resulta estratégica, ha de ser conjunta y tendrá que expresarse, desde ahora mismo, en todo el amplio plexo desdoblado de acciones que sean capaces de detener, a como dé lugar, la privatización de un bien de patrimonio colectivo de los mexicanos y del cual se han beneficiado todos, en la medida en que, como también lo dijo González Casanova, el petróleo “es el sustento fiscal de México” en la medida que PEMEX contribuye, nada más, pero nada menos, que con el 40.8% del total de los ingresos fiscales para la federación.

En todo esto, me parece, creo que se puede coincidir con un universo muy amplio de organizaciones sociales, civiles, populares, guerrilleras, sindicales, universitarias, incluso partidarias, etc. Pero se debe tener cuidado con el más que recurrente uso , abuso , de las apelaciones en ocasiones parciales, exageradas y hasta triviales, alusivas a “la nación” , desde connotaciones frente a las cuales se debe tener cuidado, para no terminar en definiciones meramente nacional-estatistas y anfibológicas que no resuelven y hasta pueden complicar el diseño de las alternativas reales que requiere la paraestatal y el país. ¿Por qué? Porque si la comunidad nacional constituye el único sostén imaginado como “válido” para toda creación social nueva, se estaría sacando una aplicación infinitamente inexacta y hasta grosera de ese principio que tiende a dejar de soslayo la compleja composición clasista y de lucha entre las clases mismas, al interior de la nación.

En una época en que la nación es presentada por los usurpadores del poder, como algo vaciado en gran parte de su contenido y sustancia histórica real, ocupada y envilecida por una clase dominante que abusa de su nombre para explotarla mejor y que se sirve del “patriotismo” ramplón en su más hueca acepción y como mero instrumento del engaño, es evidente que ése “nacionalismo” debe ser objeto de un examen de conciencia singularmente escrupuloso, y que el “nacionalismo” de los usurpadores –y hasta a veces el de los defensores de “la patria” -, frecuentemente confundido con la conservación estatólatra de una estructura social que ahoga precisamente a la comunidad social real y la hace debilitarse lentamente, debe ser denunciado implacablemente .

El nacionalismo vulgar no es más que el culto consagrado a una palabra o el arte de utilizarla, ya no tiene nada de común con la verdadera conciencia histórica de la realidad nacional y la voluntad de hacerla revivir. No es, o ya no es aceptable el nacionalismo, vinculado y asociado a la voluntad de conservar la estructura política y social actual de la nación, que importa el proceso de desorganización política y social de la nación. Así, voluntad nacional y voluntad revolucionaria podrían unirse en el acto de creación histórica por el que una comunidad reconquista la posibilidad de gobernar su destino y de triunfar en una nueva síntesis de los antagonismos que la desgarran; la nación sólo puede ser reencontrada y rehecha en la metamorfosis libertadora y revolucionaria profunda . En lo sucesivo es imposible justificar el nacionalismo en el marco “democrático” del Estado (que, por ejemplo, insensiblemente emprende el FAP ). Es imposible justificar el nacionalismo en el marco capitalista de la sociedad .

Hoy, nos parece, no puede haber nacionalismo, es decir, conciencia de la continuidad viva de la nación, que no sea al mismo tiempo revolucionario. Por eso, resulta imperativo ir más allá del nacionalismo . O de lo contrario, congelar la reivindicación patriotera a la defensa “neutra” de “la nación”, haciendo inconciente abstracción de la profunda y antagónica escisión de clases que vive a su interior, corre el riesgo de convalidar un inadmisible orden asimétrico, injusto y explotador, como parecen no advertirlo los nacionalismos y keynesianismos de chata concepción que deben ser desbordados, desde ahora y por la destrucción del capitalismo que todo lo pudre.
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Un revolucionario es, sobre todo, un humanista, alguien que apuesta al libre desarrollo de la personalidad, y que reconoce en la revolución el medio para construir las condiciones de la libertad.