17 jun 2008

Las roban, apresan y amenazan, en su paso por México

Por Sara Lovera

Tapachula, México, 17 junio 08 (CIMAC/SEMlac).- A unos cuantos pasos de la frontera con Guatemala, en Tapachula, se respira un aire denso. La población migrante que intenta llegar a Estados Unidos por México se esconde tras la oscuridad de los callejones.

En Tapachula hay una estación del Instituto Nacional de Migración (INM), de la que se habla con sigilo. Se la mira como una edificación impenetrable. Se denuncian malos tratos.

El sopor se hace pesado, cae poco a poco la noche. Ya no pasa el tren por estas tierras. Las y los migrantes se descalzan, cuelgan sus ropas en los parajes del camino e intentarán ir a pie. Sólo andan en busca de cambiar su vida.

En la frontera no tienen nombre ni rostro. Las historias se agolpan en el alma. Mariela logró llegar hasta el norte de México. Dejó su testimonio en la Casa del Migrante, como también se conoce a la Posada Belén, en Saltillo, Coahuila. Como las demás, el suyo habla de vejaciones, desamparo y de violaciones sexuales y a sus derechos humanos.

El Padre Pedro Pantoja es el responsable de la Posada Belén, a mil 200 kilómetros de la capital del país. Él sostiene que muchas de las migrantes centroamericanas se hacen fuertes, se vuelven sujetos y ejercen un liderazgo, a pesar del sufrimiento.

La mayoría empieza en Tapachula, una ciudad poco amable, donde no hay oportunidades de empleo, ni cosechas que levantar. Transitan por los caminos sobre las vías del tren. Las roban, las apresan y las amenazan.

Tres de ellas están sentadas en un auditorio donde se analiza su situación. Asienten con la cabeza, dicen a la reportera que se sienten otras, que ahora empiezan a ser personas. Que intentarán cruzar la frontera, de todas maneras.

Escapan de la pobreza, de la violencia en que nacieron, la que las acosa durante años. Algunas huyen de la presión de pareja y quieren otra oportunidad económica. Todas se arriesgan.

A una de ellas, Marisela, la violaron 12 hombres. Hoy, en la Posada Belén, come y se baña.

Su rostro no traía sonrisa alguna, sólo tristeza y terror. Golpeada en su brazo por haberse caído del tren, se quedó dormida de cansancio junto a las vías antes de San Luís Potosí, hasta que la despertó un policía con un grito: "¡Quítate toda la ropa, hija de puta!"

Ella se desnudó, pero el agente, ya casi con los pantalones abajo, la siguió insultando, porque descubrió que estaba menstruando… le dijo que sentía asco de ella…

Llegó a la Posada del Migrante en febrero, un largo silencio la rodeó durante días. A escondidas, en un rincón muy aislado, contó su historia. "Con grandes sacrificios conseguí dinero para poder hacer el viaje a los Estados Unidos, atravesando México", dice Marisela.

"Luego de pasar por Tapachula, como no había servicio de trenes, caminamos por el monte. Después de un día y una noche, nos asaltaron como 12 hombres. Nos golpearon y nos robaron todo. Los 12 abusaron de mí. Llegué aquí llena de coraje", rememora.

María Isabel, de 25 años, casada y con tres hijos, contó que asesinaron a su esposo, que tuvo que viajar días y días, que se trepó en trenes, que está buscando apagar el hambre de sus hijos, que quiere cambiar.

El pasado 8 de mayo, en la Ciudad de México, Martha Villarreal, del Foro Migraciones, exigió al gobierno mexicano que garantice los derechos humanos de la población migrante centroamericana a su paso por este país.

Villarreal afirmó: "La marina, el ejército, las policías municipales e incluso las policías privadas hacen un acoso permanente a los migrantes". Ellas mismas aseguraron, a través del Foro, que además de ser víctimas de la delincuencia, también sufren vejaciones por parte de las fuerzas de seguridad del gobierno.

El INM informa que 10 mil centroamericanos intentan pasar por México cada semana. Muchos, ellas y ellos, son deportados. Según esa entidad, en 2007 fueron retenidos casi 183 mil indocumentados, la mayoría de los cuales procedían de Guatemala (más de 84 mil) y de Honduras (58 mil).

LA POSADA

La Casa del Emigrante, como se la conoce en Saltillo, es un amplio refugio ubicado en Landía, una colonia popular que se encuentra cerca de las vías del tren. Ahí se ofrece ropa, consulta médica, alimentos, un taller sobre derechos humanos, un curso de inglés básico, consejos para el camino y un teléfono público desde donde pueden hacer llamadas a sus familiares.

Entre mayo de 2007 y abril de 2008, este lugar recibió a 8 mil 891 personas, 76 por ciento venía de Honduras, nueve por ciento de El Salvador y de Guatemala, cuatro por ciento de Nicaragua y dos por ciento de México. Las mujeres, que representaban el dos por ciento en 2004, llegaron al cinco en 2007 y este año al seis, informó Pantoja.

La mayoría tienen baja escolaridad. También es constante que refieran unión de pareja en la adolescencia y maternidad precoz, así como una situación de separación conyugal, generalmente por cuestiones de violencia, antes de lanzarse al camino. Otra constante es que percibían muy bajos salarios, antes de salir de sus países.

La situación de las migrantes centroamericanas, de Honduras, El Salvador y Guatemala, tiene una doble cara: sufrir y crecer, según entrevistas realizadas por Natalia Flores, becaria de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).

Natalia entrevistó a ocho mujeres, entre 22 y 38 años, dos sin escolaridad, tres con primaria incompleta, una con secundaria, otra enfermera, y una última con estudios profesionales.

De acuerdo con los resultados de esas indagaciones, las centroamericanas que recibe la Posada Belén comparten algunas características generales: provienen de cadenas familiares conflictivas, de bajo ingreso económico, con grandes privaciones afectivas y materiales y relataron escenas de violencia en casa desde etapas muy tempranas.

MUJER SUJETO

A partir de las historias que Natalia sistematizó y Pantoja escucha a diario, se concluye que no todas ellas migran acompañando a los varones de la familia y que, en este tiempo de globalización de la miseria, las mujeres tienen autonomía en la decisión de migrar, aun conociendo toda su vulnerabilidad y los innumerables riesgos a que estarán expuestas.

"La feminización de la migración tiene nuevos aspectos, también las mujeres que se quedan en su país participan en la migración de muchas maneras; pero hay nuevos roles en la migrante", explica Pantoja.

Ella "está caminando, inspirando, ejerciendo un liderazgo tanto en el camino de la migración como en la conformación y establecimiento de las redes sociales en la comunidad de destino", dice.

El camino recobra la luz. El sol, aquel día de Tapachula, se posó en el mar de Puerto Madero. Vi de lejos unas mujeres bañándose. Se disponían a caminar hacia el norte.
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Un revolucionario es, sobre todo, un humanista, alguien que apuesta al libre desarrollo de la personalidad, y que reconoce en la revolución el medio para construir las condiciones de la libertad.