14 jul 2008

Japón ¿País democrático?

Mercè Cortina

Estas últimas semanas en Japón hemos sido testigos, como os hemos ido informando, de ciertas prácticas políticas y represivas que dejan mucho que desear de lo que se espera de un país que es internacionalmente reconocido como país democrático. Lo que más nos preocupa es que esta situación no es una situación de excepción a causa de la cumbre y la contracumbre: por lo hemos sabido, se trata de practicas habituales. Aquí la libertad de expresión no parece ser un derecho, sino más bien una concesión poco habitual y siempre que se respete hasta el extremo unas normas que son absolutamente absurdas, con lo que queda totalmente entredicho el propósito real de la concesión.


En la primera manifestación a la que asistimos nos sorprendió enormemente la gran presencia policial y su actitud. Como relatamos, la manifestación fue obligada a permanecer en un único carril de la calzada quedando totalmente sitiada a lado y lado por la policía. A lo largo de la manifestación numerosos policías, diríamos secretas pero visto su poco disimulo no sabemos si sería muy descriptivo, iban apuntando en libretas todo lo que iba pasando y haciendo fotos y grabando en vídeo a los manifestantes. Este mismo escenario se ha repetido hasta el momento en todas las manifestaciones a las que hemos asistido. Y es que por ley en Japón no pueden haber mas de cuatro personas de ancho manifestándose, hecho que convierte visualmente el derecho a manifestarse en una espectáculo ridículo en forma de columna sin mas visibilidad que la que le da la propia policía. ¡Ni hablemos de otro tipo de manifestación! Más de dos personas en la calle reunidas puede ser considerado manifestación ilegal si las autoridades así lo consideran. A eso le sumamos continuas identificaciones en la calle y, para el caso, negativa de la entrada al país a muchos internacionales.

Sin duda, estas limitaciones establecen unas formas de movilización estáticas y nada moldeables. Como también hemos descrito anteriormente en nuestras crónicas, sus formas nos recuerdan a las formas típicas de los setenta: manifestaciones monótonas, a paso ligero, consigna continua y puno en alto, sin salirse ni un centímetro del espacio establecido. Y es que cualquier cosa que salga de esto es considerado de alto riesgo por y para los manifestantes. Y así se ha demostrado con las cuatro detenciones que han habido hasta el momento, el conductor de la furgoneta del sound system, los dos djs, primero uno y después el otro, y el periodista de Reuters que intentaba hacerse un hueco en el barullo.

Aquí, a la represión practicada en la calle directamente en los momentos de movilización, se le suma la represión judicial. Hasta veintitrés días de arresto en comisaria después de pasar por delante de un juez, obligados a estar dieciséis horas sentados sobre las rodillas, penas que llegan al año y medio de prisión por hacer unas pintadas en la calle… Sí, ahora entendemos porque no habíamos visto absolutamente ninguna huella de ningún tipo de lucha social en la calle. Y es que aquí la estrategia es el llevar la disidencia a la invisibilidad y castigar fuertemente a quien ejerce su legitimo derecho a manifestarse y rebelarse.

El miedo impuesto y sentido por los compañeros japoneses condiciona cualquier tipo de acción que esperábamos llevar a cabo para mostrar nuestro rechazo al G8 y a las políticas que este organismo no oficial impone en el mundo. Miedo que les tiene presos en un país llamado democrático y que hace que casi el único objetivo de las movilizaciones aquí sea el mostrar al mundo el estado de represión en el que viven con la esperanza de que algo cambie. Combinación, la del miedo y la voluntad de visibilizar la situación represiva que no permite que quede muy claro que podemos y no podemos hacer los aquí venidos, ya sean locales como internacionales y cuál es nuestro papel en todo esto. De momento, conseguimos entender esta especie de admiración que los activistas de aquí tienen a los activistas occidentales. Una necesidad de mostrarnos al su mundo como si fuéramos la prueba real de que ellos no están locos, que hay mas gente y sobretodo occidentales que piensan como esa pequeñísima minoría de japoneses que quieren cambiar las cosas y a quienes en su país se les considera lunáticos terroristas.

¿No es extraño que en este país lleve cincuenta años gobernando el mismo partido, el Partido Democrático Liberal, partido impuesto por los Estados Unidos al final de la II guerra mundial en el momento de la ocupación? ¿No es más extraño todavía que la única interrupción en su régimen fueran cuatro años de gobierno del partido social-demócrata y que justo después de ello se disolviera como partido? ¿No es extraño el pasear por unas calles totalmente agresivas, espacialización total del consumismo, sin que haya una sola huella que haga referencia a espacios de la memoria colectiva? ¿No es extraño que aquí quien se moviliza sea mayoritariamente quien ya lo hacia hace cuarenta años y que el relevo generacional sea una esperanza más que una realidad? Nos negamos a pensar que el sintoísmo y el budismo practicado por casi la totalidad de la población nipona sean los únicos responsables del carácter sumiso de esta sociedad. Sociedad que se ordena a partir de la jerarquía y la lealtad, valores de antiguo origen pero enormemente reforzados por la empresa de la postguerra. Y es que como muy bien decía un amigo nuestro aquí, Japón es el gran triunfo de los Estados Unidos.
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Un revolucionario es, sobre todo, un humanista, alguien que apuesta al libre desarrollo de la personalidad, y que reconoce en la revolución el medio para construir las condiciones de la libertad.